Pagar las culpas
Según el propio Gustavo Fontán, La Deuda (2019) es su película más narrativa. Vaya si tiene razón, si observamos su prolífera filmografía que contiene títulos como El árbol (2006), La orilla que se abisma (2008) y El limonero real (2016), entre muchos otros.
Sin embargo, no se trata del modelo de narración clásica tal como lo conocemos en Hollywood, sino que estamos ante un cine de contemplación en la que vemos a los personajes actuar frente a nosotros desconociendo por completo sus motivos y sentimientos. Un cine de arte y ensayo como denominó el teórico David Bordwell.
Con esa aclaración accedemos a la historia de Mónica (Belen Blanco), una empleada de oficina que se adueñó del pago de uno de sus clientes comprometiendo a un compañero de trabajo. Tiene toda la noche para juntar los 15 mil pesos que adeuda para devolverlos a primera hora de la mañana siguiente. En esa noche Mónica será noctámbula, deambulando por la ciudad, encontrándose con personas como si se tratara de un viaje de choques y desencuentros.
Producida por Lita Stantic y Pedro Almodóvar, la película puede entenderse como un viaje oscuro y lúgubre de definiciones trascendentes. Una suerte de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad pero en versión urbana. Con esta información mínima que el espectador cuenta se introduce en los cada vez más oscuros encuentros de su protagonista. Una oscuridad que lleva consigo como dolor en el alma y desdibuja su identidad. Nadie puede ayudarla ni siquiera ella misma.
Gustavo Fontán diluye los márgenes de la escena con una iluminación que esconde y tapa de a ratos las definiciones del plano. De manera paulatina la imagen se enceguece como la actitud de su protagonista. Cuando sobre el final se encienden las luces incandescentes del Bingo, se sienten irritantes y frías, un espacio carente de afecto y sensibilidad humana.
La Deuda sintetiza con elementos mínimos la misma y compleja crisis existencial de clases trabajadoras, que no se debatirá en dilemas morales al estilo burgués, sino en problemas económicos que atraviesan -como una daga- la vida e identidad de los vínculos entre las personas.