Gustavo Fontán vuelve a la ficción con mucho de su estilo y pisando fuerte en "La deuda", una película que conjuga un estilo teatral, aunque abierto, con una estética industrial llamativa. El elenco destacado que encabeza Belén Blanco es fundamental para que su resultado sea una propuesta muy interesante.
Dentro de una filmografía en constante desarrollo y crecimiento como la argentina, es un lujo poder contar con realizadores tan personales como Gustavo Fontán. El director de "El limonero real" cuenta con una amplia trayectoria en la que sobresalen sus documentales de marco íntimo, y ficciones de estilo muy cercano, difuso, con el registro documental.
Dejando una huella, marca personal, que lo hace reconocible desde aquella injustamente poco valorada y recordada "Donde cae el sol", último trabajo y enorme despedida de Alfonso de Grazia. Las construcciones dramáticas de Fontán, ya sean en ficción o documental, invitan a mirarnos a nosotros mismos, relejarnos en los personajes, que también suelen ser muy cercanos a su persona.
Un artesano, con casi veinte títulos; sus películas suelen ser de estructura pequeña y un contenido enriquecedor. "La deuda", producida por Lita Stantic (en su celebrada vuelta al cine argentino) y los hermanos Almodóvar a través de su productora El deseo (que produjo títulos locales como "El Clan" o "Relatos Salvajes"), se ve como una propuesta a escala mayor, con una construcción ficcional clara más fuerte, aunque el estilo íntimo del director sigue ahí como toque fundamental.
"La deuda" es un film de encuentros. Por momentos se acerca a esos documentales de visitas, en los que alguien, acompañado por una cámara, recorre un trayecto y se encuentra con diferentes personajes que comparten sus historias. Sí, "La deuda" también son varias historias en una, con una protagonista que aglutina.
Belén Blanco, en un registro diferente a su habitual, es Mónica, una oficinista, tesorera, que se hizo con una suma de $15000 que compromete a un compañero de trabajo y un cliente que depositó esa suma. Mónica es descubierta, e improvisa algo para salir del paso, promete reintegrar la suma con la mayor calma posible, y sale en la búsqueda de esa suma, para el día de mañana a primera hora.
"La deuda" es una larga noche en la vida de Mónica, una mujer cansada, desinteresada, desapegada, de todo. No conecta con su familia ni con su pareja, tiene una historia pasada que habrá que interpretar, y su presente marcado por lo laboral tampoco la entusiasma, ni mucho menos.
Es un personaje que pide un quiebre a gritos, pero se encuentra encorsetada. Fontán irá plagando "La deuda" de sutilezas, nada es obvio y remarcado, prefiere escatimar información, permitir que el espectador termine de completar el film en su cabeza e “imagine”, interprete, mucho de lo que sucede alrededor y en el interior de Mónica ¿Es importante saberlo todo o alcanza con saber que es una mujer en una situación apremiante?
Durante esa noche, Mónica visitará diferentes personas buscando juntar ese dinero, y cada una también tendrá su pequeña historia que impacta sobre esta indiferente y fría Mónica. Entre ellas su hermana y cuñado, un hombre con el que tuvo un pasado, otro hombre ¿con el que convive?, y una mujer perdida por los bingos y los casinos. Contar con los nombres de Andrea Garrote, Leonor Manso, Walter Jakob, Marcelo Subiotto, y Edgardo Castro, para estos roles, hacen aún más placentero el tránsito por "La deuda".
Cargada de color, abierta, extremadamente urbana (en un realizador que suele apreciar las puertas adentro, y los escenarios campestres o menos transitados), con una noche que estalla en luces y contrastes; La deuda juega a una suerte de noïr moderno, con imágenes difumadas y una banda sonora que invita a disfrutar de la noche.
Los rubros técnicos poseen un acabado de prolijidad llamativo en los cuales se nota la colaboración de pesos pesados. Si bien su historia es “sencilla” y no apunta a un ritmo popular, La deuda se ve como un film industrial con una impronta fuerte. Belén Blanco asume un rol maduro y complejo.
Su figura de gestos desganados y su voz pausada ayudan a crear el perfil de Mónica, una mujer que esconde, que tiene deseos que no expresa. Blanco se juega por un registro distinto al acostumbrado, más expresivo, con matices. Su interpretación es realmente destacada y logra cargarse la historia con soltura.
Una historia de cajas chinas, un juego de introspecciones, y la mirada atenta a los personajes sin subrayar información, La deuda desafía al espectador a seguir analizándola una vez abandonada la sala. Gustavo Fontán refuerza ambiciones sin perder su centro, y el resultado merece ser remarcado.