Gustavo Fontán es un director argentino más que interesante. Creador de dos trilogías muy personales y capaz de filmar con un sentido estético notable. Como muestra, La Deuda, un laberinto de imágenes azulinas de espacios poco iluminados, cerrados (un auto en movimiento, un dormitorio asfixiante) o abiertos (la calle nocturna, el tránsito humano, un bar). En el centro, Mónica (Belén Blanco), una mujer que carga la desesperación de devolver los quince mil pesos que se robó porque sino la van a echar del trabajo.
Para conseguir la plata, se acercará a una serie de personajes. Y aunque su actitud es más bien áspera, pronto se revela que su máscara tiene grietas, a través de las cuales se puede ver a una mujer que sufre. Hay referencias a lo social, una empresa que echó empleados, la relación de la gente con lo que cuestan las cosas. Pero si La Deuda, más allá del dedo señalador de su título, hace de su historia una metáfora, al menos elige el camino de la sutileza, preocupada por cuidar su narrativa antes que por bajar línea.