Ya sin puertas que golpear
La llamada de un cliente enojado hace saltar un secreto que no podía durar mucho oculto, aunque Mónica (Belén Blanco) esperaba tener un poco más de tiempo para devolver el dinero que se llevó del trabajo para su propio uso personal. La suma no es enorme, pero es un dinero que ella claramente no tiene, que no sabemos dónde fue a parar, como tampoco sabemos dónde planea conseguirlo en tan poco tiempo.
Su compañero de oficina descubrió el faltante. Como es el único al tanto del problema, le concede hasta la mañana siguiente para saldar la deuda antes de avisar a su jefe. Ella inicia una desesperada carrera por conseguir el dinero durante la noche, recurriendo a la poca gente que aún le tolera un comportamiento que evidentemente es habitual.
Esas horas que ella pasa recolectando -a fuerza de súplicas y engaños- cada poco de efectivo al que puede echar mano, le implican recurrir con cinismo y resignación a su reducido círculo cercano, forzada a enfrentar su propia vergüenza ante una situación que aunque no es explícita está claramente fuera de su control.
Con pocos diálogos y situaciones de las que siempre nos falta alguna pieza, La Deuda va dejando indicios antes que respuestas concretas, mientras construye un personaje y una situación de la que nos deja el ensamblado a nuestra cuenta.
No importa para qué la protagonista necesita el dinero. Si tiene problemas, vicios, o simplemente dedos pegajosos, es secundario: es mucho más interesante ver las consecuencias que esto tiene en ella misma y su entorno. Todo el tiempo se la ve cansada y derrotada, pero forzada a seguir andando por un camino que claramente la angustia y avergüenza, uno en el que ni siquiera sus pequeños triunfos le dan alegría. Quizás porque por más cínica o egoísta que parece a primera vista, sabe que solo está traspasando su dolor a alguien más; y ese es un peso al que no es inmune.
Hay mucho del estilo documental en la forma que emplea Gustavo Fontán para narrar esta historia, con una economía de recursos que le suma aspereza a algo que ya de por sí no es alegre. Ayuda para esto la oscuridad de la noche, que además de contribuir al clima opresivo también permite dejar fuera de la vista todo aquello que es mejor no mostrar, tanto para que sume como para que no reste.
El resto de los personajes tiene participaciones bastante pequeñas, entrando y saliendo de la historia cuando hacen falta, del mismo modo que lo hacen en la vida de Mónica.
Para ser una trama tan directa y sin muchas vueltas, en general logra sostener el ritmo. Aunque por esa decisión de transmitir agobio, no falta alguna escena al borde de cansar por su estaticidad o por remarcar un poco demás algún detalle de lo que está contando.