Mi reino por un castor.
La depresión es un trastorno del estado del ánimo, ocasionada a partir de diversas causas y generadora de vastos síntomas como pueden ser decaimiento, tristeza, disminución en la capacidad para disfrutar y en la actividad laboral, entre otros tantos como el insomnio e inclusive llegar a tener intenciones suicidas.
Walter (Mel Gibson) es un deprimido padre de familia, una bien disfuncional como se las ve comúnmente hoy en día, de esas con escasa comunicación entre padres e hijos; su esposa es quien ante el cuadro de su par que notoriamente afecta al clan familiar se aisla y busca quehaceres como la de un soft para construir montañas rusas virtuales y así anularse del tema; su hijo mayor tiene como hobbie pegar ayudamemorias en “post it” sobre una de las paredes de su cuarto para recordar cada mueca o latiguillo característico de su padre y así evitar mimetizarse; el hijo menor apenas percibe todos estos problemas pero nota la ausencia paterna.
Luego de dos años de insistir con terapias psicológicas y utilizar fármacos, Walter es echado de su hogar, la situación se convirtió insostenible y comprende que debe hacerlo por el bien de su familia, desganado, sin ánimo, sale a hacer las compras diarias en un supermercado y dentro de un contenedor de basura encuentra un gastado títere de peluche, un castor, elemento que terapéuticamente comienza a utilizar como parte de un auto-tratamiento.
Una vez que Walter colocó el títere en su mano, este toma vida, habla por el, y representa todo aquello que quiere expresar y construir, una especie de puente que transita por arriba del problema mayor esquivándolo, convirtiéndose de tal manera en su único sustento para volver a conectarse con sus pares, su familia, su trabajo.
Jodie Foster, con una carrera actoral con más de 70 films iniciada en su infancia, logra con éste su tercer film bajo la dirección. Abarcando siempre temáticas familiares y sociales, como hiciera con Mentes que Brillan, su ópera prima acerca de un niño prodigio y Feriado de Familia, sobre una reunión familiar ante el festejo del Día de Acción de Gracias. La Doble Vida de Walter constituye al momento su film más profundo y visceral, desalentador en casi su totalidad por el tono que lleva implícito al acompañar el trastorno que vive el personaje principal, quien crea empatía. En esta une fuerzas junto a su Gibson, co-protagonista en Maverick de Richard Donner, a quien muchos adjudican tal incorporación al elenco como un gesto de amistad entre ambos, ante el mal rato que estuviera transitando el actor debido a inconvenientes personales que tuvieron cabida en medios que se hicieron eco mundialmente sobre sus declaraciones / sucesos de índole homofóbica y violenta. Gibson logra una gran y talentosa actuación al igual que sus pares, se reivindica de decisiones actorales vagas que tomó en los últimos años luego dedicarse a la dirección.
La profundidad del guión de Kylle Killen es de utilidad para demostrar cómo gracias a un objeto inanimado alguien bajo un trastorno tan común puede salir a flote de los más profundos abismos en los que pueda encontrarse, el objeto o elemento es una excusa, una herramienta de la que se vale el protagonista que en este caso identifica claramente el problema, pero individualmente no puede resolver.