Un mundo ferpecto
Cuando Reynaldo (Matías Encinas) aparece en pantalla es medio un perejil; el protagonista pareciera ser El Momia (Mario Jara y su fabulosa mueca de villano), un chorro que asume la condición de líder y el que tiene el dato de una escribanía en la que está el botín. Reynaldo aparece en plano un poco tapado por su hermano, un ladrón de poca monta que no tiene intenciones de meterlo en el mundo del hampa pero que lo hace a pedido del Momia, porque necesitan a un pibe con la contextura física de su hermano. Reynaldo está en blanco, vacío de cualquier conocimiento laboral (dentro o fuera de la ley); no sólo está frente a su primer laburo como chorro, cuando conozca a Carlos (Germán de Silva) también se iniciará en la dinámica del mundo del trabajo relativamente más formal: deberá reparar una huerta a cambio de techo y comida.
Carlos es el bueno de este cuento clásico de iniciación; el padre, el Eastwood de Esteves; con algo del Butch de Un Mundo Perfecto (1993) y con bastante más del Kowalsky de Gran Torino (2008). Carlos es un vigilante retirado que cuidaba el transporte de caudales. Un guardián de la propiedad privada en sentido literal. En esta historia, los canas, los chorros y los abogados, comparten su pasión por el billete que Carlos tan sólo cuidaba pero por el cual también estaba dispuesto a dar la vida. Tal vez el personaje más ambiguo con relación a los valores (morales y monetarios) sea Reynaldo, porque es justamente el enlace entre ambos mundos y es el que aún no está teñido del todo por ninguno.
Reynaldo, cuando debe, entrega la guita sin problemas, cuando tiene que laburar lo hace sin chistar, y cuando le regalan pilcha -en una gran escena con un amigo de Carlos que le debe favores y que sirve también como la introducción de Reynaldo al mundo amoroso- le da un poco de cosa llevársela de arriba. Porque Rey, como Carlos, son la moral del laburante; más allá de que uno haya laburado toda su vida (aunque queda como incógnita y fuera de campo si alguna vez participó de hechos delictivos) y el otro haya arrancado choreando, ambos tienen ciertos códigos y valores que el resto del mundo corrompido por la guita (canas, abogados y ladrones), no tienen.
La Educación del Rey es también una inversión de El Ángel (2018), tanto desde lo formal como desde lo discursivo. En aquella el laburante es un gil, el mundo le pertenece a los delincuentes y a los artistas (los héroes de la película), importa más el hecho de robar que el botín y la pantalla chorrea colores y canciones. Acá, en la mirada tradicional de Esteves (del género -western o policial- y de la vida), en un mundo silencioso y marrón oscuro donde el botín se cuida o se roba, los héroes representan ciertos valores que se conservan y reproducen a través de la enseñanza. De todos modos, y paradójicamente, el hecho de que esté filmada en la provincia de Mendoza, sin el star system porteño y sin grandes productoras detrás, la vuelve, en cierta medida y a pesar de ser más conservadora, una película que le concede menos al statu quo del mundillo audiovisual que la de Luis Ortega.