La ópera prima de Santiago Estéves, "La educación del Rey", utiliza al policial para abordar un drama con mucha carga social, y aciertos en ambos aspectos. Hubo un tiempo que fue hermoso. De la mano del INCAA y el programa de fomento para ficciones de la Televisión Digital Abierta, se produjo mucho material realizado en su gran mayoría en el interior del país, que permitió conocer a nuevos realizadores e intérpretes de diversas áreas (como el teatro) y regiones.
"La educación del Rey" surgió originalmente en 2004 bajo el formato de miniserie. Como muchas de ese centenar de producciones, en la actualidad se encuentra virtualmente desaparecida.
No obstante, el tiempo hizo justicia, y ahora podemos verla transformada en un largometraje que no ha perdido nada de su potencia. Filmada en Mendoza, cuenta la historia de Reynaldo (Matías Encina), el Rey del título, un adolescente perteneciente a ese sector con oportunidades truncas, marginados desde antes de nacer.
Su hermano junto a un amigo realizan robos a encargos de un superior, y Rey está dando sus primeros pasos en ese que parece ser el único camino que tiene habilitado. Durante el robo a una escribanía algo sale mal, huye, y termina cayendo en el patio de Carlos (Germán Da Silva) un ex guardia de seguridad privada jubilado que sigue manteniendo algunos contactos.
Accidentalmente, Rey destruye un cobertizo que la esposa de Carlos (Elena Schnell) utiliza como vivero. Inesperadamente, Carlos le propondrá a Rey que repare el vivero a cambio de no denunciarlo a la policía. "La educación del Rey" corre por dos carriles que se unen permanentemente.
Por un lado, Rey pasa a ser un protegido de Carlos y para su esposa el hijo que nunca tuvieron. Paralelamente, avanza el policial, Rey incumplió con “sus jefes”, desaparece, y estos son gente más peligrosa de lo pensado. Nadie está limpio en este negocio.
Santiago Estéves (junto a Juan Manuel Bordón en el guion) crearon una historia de redención desde el realismo. No hay idealizados, ni soluciones mágicas.
Carlos le dará cobijo, pero también deberá enseñarle a defenderse dentro de ese mismo juego donde la legalidad es laxa. "La educación del Rey" es un policial, un drama social y humano, y también un western criollo donde la ley la hacen y la aplican los hombres, a su modo; y las autoridades pueden ser más peligrosas que los bandidos.
Un carril potencia al otro, y así, se construye un thriller sencillo pero eficaz, siguiendo las reglas que no deben romperse; y lo potencia con su costado humano, local. A esto nos referimos cuando hablamos de la necesidad de un cine de género que hable nuestro idioma. Técnicamente correcto, en "La educación del Rey" no hay un gran despliegue de presupuesto, ni lo necesita. El vértigo del policial se construye con el mismo relato, que jamás pierde el interés.
La fotografía, de acertados claroscuros, con juegos de luces que diferencian las tendencias de cada escenario sutilmente, es otro aporte positivo.
No es casualidad que Esteves provenga del mundo del montaje con trabajos de la mano de consagrados como Trapero y Santiago Palavecino. "La educación del Rey" se beneficia del ritmo ágil y cálido que se le otorga desde la edición, transformándola en una historia rural (que aprovecha los escenarios naturales), y amena a pesar de su clima rudo y oscuro. La química entre Encina y Da Silva es natural, nunca forzada.
Entre ambos se crea un vínculo poderoso, creíble, sin necesidad de forzarlo. Empatizar con ambas figuras será sencillo. Con pocos elementos y muchos despojo, Matías Encina construye un Rey querible, inocente y desprotegido. Realizar una lectura social sobre su figura es totalmente válido. Germán Da Silva compone otro gran personaje, al actor de Las Acacias no hay rol que le quede grande.
La pantalla lo quiere, y él sabe componer con gestos y postura. Otra sería la película si Carlos no fuese él. Esta cinta nos habla de las oportunidades, derriba varios mitos y dichos de un sector de la sociedad que lejos está de vivir con las mismas posibilidades que estos personajes.
Santiago Estéves creó un marco policial para demostrarnos que en el contexto correcto, siempre se puede.