VIDAS SECAS
El estado de podredumbre estructural en el que se encuentra la Argentina hace tiempo ya no sorprende y lo que es peor, está naturalizado. Este cuadro se advierte en La educación del Rey, la ópera prima de Santiago Esteves, donde los estratos de poder conformados por las instituciones políticas, judiciales y policiales aparecen mancomunadas para contribuir cada vez más a la decadencia moral y material de un país que se cae a pedazos. El impacto más fuerte lo sufren como siempre los de abajo y el director lo tiene en claro al presentar una trama que involucra a jóvenes utilizados para delinquir. Entre ellos se encuentra Reynaldo, un adolescente que acepta un encargo por un lugar donde vivir. La consecuencia inmediata de esto es que se verá envuelto en una trama doble. Por un lado, y de manera accidental, caerá en el seno de una familia cuyo padre es un ex empleado de seguridad quien tratará de enderezar con trabajo y dedicación el rumbo torcido de Reynaldo; por otro, quedará pegado a una red de tipos muy peligrosos.
Más allá de las aristas argumentales, hay una serie de decisiones que elevan a la película por encima de otros productos efectistas, tramposos y deudores de la mugre televisiva cotidiana. Esteves sabe muy bien que por más oscuro que sea el cuadro a trazar jamás se debe perder de vista que es el cine su campo de trabajo. Por eso, es destacable la concisión narrativa y la solidez del desarrollo de la historia, más atada a las necesidades genéricas del policial que del imperativo por retratar conductas harto conocidas por todos a esta altura. De este modo, logra desapegarse del ombliguismo porteño y concentra la acción en un lugar del interior, en Mendoza, una especie de tierra baldía donde se tejen maniobras turbias y deambulan muchachos sin laburo. Los colores fríos que acompañan los espacios desolados activan una bomba social y recrean una topografía que remite al western a base de inmensos lugares solitarios, distantes, esperando ser llenados por tipos al margen de la ley o envueltos en circunstancias que no podrán eludir. Reynaldo debe cometer un robo para probar su hombría y para ganarse el respeto, pero las cosas no salen bien. Su derrotero le permitirá establecer un vínculo con un hombre cuyo sentido de la ley trasciende lo normativo y se funda sobre códigos morales, entre los cuales se encuentra la educación y el trabajo, los primeros pilares para evitar el infierno de la cárcel.
Dos o tres baches al borde de lo inverosímil no impiden que La educación del Rey constituya otro ejemplo más de una corriente cinematográfica que crece a pasos agigantados en otras provincias del país y de que los géneros siguen siendo efectivos para captar a un público ávido de historias bien contadas, con vena narrativa antes que poses formalistas.