De entrada queda claro que la película de Santiago Esteves busca ubicarse en el cine de género. Las idas y vueltas de su personaje Reynaldo llevan las peripecias de un pibe chorro a una suerte de pequeño western urbano en Mendoza, donde su hermano mayor y y otros chicos del barrio lo fuerzan a que participe de un robo que parece fácil. Es un claro proceso de iniciación en el que un personaje con el que podemos conectar es insertado en el mundo del crimen, casi contra su voluntad. El resto del film se plantea como contrapartida de aquella iniciación, en este caso, su educación.
Vargas (Germán de Silva) intenta lucirse como un intento de Clint Eastwood argentino, si pensáramos en Gran Torino. “Rey” cae por error sobre su jardín al escapar de la policía y así arruina el vivero que este ex transportador de caudales (armado como personal de seguridad) construyó para su esposa. Hay algo en el guión que busca ser preciso y directo, y que tal vez atente contra el verosímil, porque Vargas entiende al instante que Reynaldo es un joven virtuoso, apenas en la primera mirada, y decide, casi también de la nada, educarlo. Reynaldo debe entonces reconstruir el vivero y quedarse en la casa hasta terminarlo, y así Vargas no lo delata a la policía.
El proceso de educación de Reynaldo por momentos parece una especie de manual de inclusión social, como si el film de Esteves literalizara una tesis sociológica. La educación de “Rey” se basa entonces en el trabajo, en la obediencia a una autoridad, y en que se le deposite también confianza. Por momentos Vargas se comporta como un padre, y si bien no es necesariamente un progre (le enseña a disparar armas), la dupla conecta de una forma casi carente de verdadero conflicto. Si con esa forma de educación se saliera tan fácil de la marginalidad tendríamos que olvidar todo un esquema menos literal y más complejo que no es tan claro en el personaje de Vargas como sí lo es en la estructura criminal que se ve durante la película.
Si un elemento convierte a La educación del Rey en una película interesante, es justamente el sistema de relaciones visible entre los chicos ladrones y los policías que los manipulan. No se trata simplemente de evidenciar que la policía, en su caracter de corrupta, es quien sostiene la red criminal. Lo que viene de la mano de ello es un elemento que termina de vincular aún más la película con el western, y es la valoración sobre cada vida: matar a uno de los chicos para estos personajes vale poco, pensado como una relación de costo y beneficio. La resolución de cabos sueltos termina mostrando la posibilidad de algunos personajes de convertirse en seres abominables. Así, aquel subterráneo mundo criminal nos obliga a pensar formas mucho menos directas de salida, y que no necesariamente se basan en la corrección y la buena voluntad.
Si entendemos que la eduación de Reynaldo excede las buenas intenciones de Vargas, entonces la película de Esteves permite un vuelo acaso un poco más alto. La trama que queda relegada al fuera de campo acerca de la criminalidad de Vargas parece ser tal vez el elemento que, de haber estado más presente, habría terminado de convertir ese proceso educativo en un proceso mucho más rico por su contradicción interna.