Policial del bueno, intenso, bien actuado, con clima y personajes sustanciosos. Es de esas películas que no aporta nada nuevo, pero que tiene más de un acierto a la hora de contar su historia. La realización está llena de detalles reveladores, no se pierde en subtramas inútiles, es concentrada. Presenta un grupo de gente extraviada que, entre iglesias y balazos, nos habla del pecado, de la culpa, de la piedad y de los difíciles caminos de la redención. Está ambientada en un bar del Brooklyn de las orillas, un paisaje áspero y poco amistoso. El boliche es usado por la mafia para guardar dinero sucio. Una mesa de dinero. El bar es una pantalla, pero a los personajes les pasa lo mismo: todos guardan más de lo que muestran, todos se recelan, se vigilan, se amenazan. La plata y un perrito son los únicos habitantes legítimos de ese territorio miserable. Un submundo con mucha basura en la calle y en la vecindad, con calles oscuras y con la mafia chechenia avisando que en el fondo todas las mafias son iguales.
Otra historia bien armada de un buen novelista, Denis Lehane, que le había dado letra a films tan valiosos como “Rio Místico” y “Desapareció una noche”. Lehane vuelve a retratar gente del bajo mundo metida en barrios intranquilos. Y el realizador Roskam le sabe sacar partido a cada plano, cada réplica y cada personaje. Hay algo de Scorsese en su constante (y recargado) desfile de cruces, párrocos y alusiones. Pero el hombre aporta algo más que oficio: una mirada intensa sobre las pequeñas miserias de estos seres marcados por un pasado que no lo suelta. Y cuenta además con buenos actuaciones: un Gandolfini tenebroso, un impávido Tom Hardy y una estupenda Nadia, a cargo de Noomi Rapace, gente cargada de secretos que no sabe qué hacer con ese sucio presente que le pisa los talones (*** ½)