Todo por ver a Gandolfini
El último trabajo del gran actor de Los Soprano lo muestra como el gángster que no fue en una historia donde dos personajes centrales exhiben su temple y su real naturaleza.
Es inevitable abordar La entrega desde el tono elegíaco, a partir de que en la película se ve el último trabajo del formidable James Gandolfini. Y curiosamente, el relato tiene algo de otoñal, una mirada curiosa sobre un mundo de dinosaurios, Brooklyn, un territorio todavía anclado a las mafias, que como único gesto de aggiornamiento pasó de estar controlado por los italianos, a ser el disminuido reino de los chechenos, las nuevas bestias que cumplen con el rol cinematográfico que les toca en suerte en estos últimos años, ya sea como gángsters o terroristas para todo uso.
La mirada entonces es curiosa y el director belga Michaël R. Roskam cuenta con el bagaje que se supone, tiene el espectador medio en cuanto al cine noir, los bares tristes, personajes quebrados y que por supuesto, lo que va a salir mal inevitablemente va a salir muy mal. Desde allí comienza a contar una historia que tiene dos afluentes, por un lado está Bob Saginowski (Tom Hardy), un barman de pocas luces que trabaja para Marv (James Gandolfini), un hampón sin grandeza que administra el local para la mafia chechena, que utiliza el lugar como punto de entrega y lavado de dinero de negocios sucios. En paralelo, Bob rescata a un perrito de la basura y se encuentra con Nadia (Noomi Rapace), que lo ayuda con el cachorro que dicho sea de paso, pertenece a su ex novio Eric (Matthias Schoenaerts), un psicópata a tener en cuenta.
El robo del bar y el acoso de Eric a la chica porqué no quiere que reconstruya su vida, van a ser los motores que llevarán a los personajes a mostrar su temple y de qué están hechos frente a la violencia que va subiendo de intensidad.
Inteligente trabajo de guión del veterano Dennis Lehane (Río místico, Desapareció una noche, La isla siniestra), con diálogos cargados de pesadumbre y derrota haciendo honor al género y correcta la puesta de Roskam, que después de lograr una nominación al Oscar a la mejor película extranjera con Bullhead, parece que está dispuesto a convertirse en un artesano de Hollywood, esto es, alguien confiable, obediente y con imaginación negociable.
La entrega es un buen policial, claro, disfrutable pero sin grandes aspectos para destacar, aunque Tom Hardy y Noomi Rapace se destaquen y logren una rara empatía como los desplazados que inesperadamente se encuentran y que en cada escena en que participa como el gángster que no fue, James Gandolfini imponga su presencia, agigantada porque el espectador sabe que ya no va a volver a verlo. Y ahí si, la elegía cobra toda su dimensión trágica.