La Entrega no es sólo un excelente film noir de corte más bien clásico, sino que funciona, además, como perfecto epílogo de la carrera de James Gandolfini. Aquí su interpretación, lejos de su Tony Soprano pero cerca del mundillo que éste habitaba, aporta a la historia una cuota de melancolía que se superpone al clima frío y gris de una Brooklyn suburbana, desgastada y comandada por diversas mafias. La que empuja el argumento, en éste caso, es la mafia chechena que opera de una curiosa pero efectiva manera: para retirar su dinero sucio, dispone de un puñado de bares, cuyos dueños aceptan bajo presión ser "los receptores de la entrega" de la noche, hasta que uno de los cobradores pase a retirarlo. Un plan simple, es cierto, con la única falencia de la codicia a la cual queda expuesta al confiar un motín a terceros. Cuando el "Primo Marv" (Gandolfini) decide que ya es hora de sacar él parte de la tajada, una silenciosa guerra entre bandas se desata. El plan no sale, como era de esperarse, como lo planeado y su primo Bob, quien atiende la barra del bar, se ve inevitablemente involucrado, luchando por sobrevivir entre fuego cruzado.
Michael R. Röskam, quien venía de dirigir la interesante Bullhead (2011) conoce los códigos del género y por eso comprende que la información al espectador conviene entregársela de a pedazos, nunca toda junta.
Esta decisión implica vueltas de tuerca bien llevadas adelante (es decir, no meramente efectistas), que desentramarán la personalidad de un personaje ambiguo desde lo moral pero súmamente complejo como para simplemente estigmatizarlo.
La Entrega concluye como una descarnada lección de supervivencia urbana en donde no hay héroes ni villanos sino a veces, simplemente, personas sobreviviendo que no buscan -pero igual encuentran- problemas. Toda una descripción de lo que es vivir en una gran ciudad.