La invisiblidad de lo neutro
Breck Eisner no es uno de esos directores que se recuerdan sino de esos que salvan las papas de una producción caliente: menos que un artesano competente, más que un director regular. Y le viene a caer en sus manos la enésima remake de película de terror de los años '70 ¿Desastre en puerta? No es para tanto.
Contar la historia de un ataque de locura que vuelve a un pueblo tranquilo y feliz el centro del descontrol y el principio de una epidemia puede ser una idea remanida, pero el cine de terror y la ciencia ficción han sabido armar grandes relatos en función de esa pequeña premisa. La resistencia, la camaradería y la desesperación a la vez son los elementos que suelen repetirse y que encuentran en John Carpenter y George A. Romero a sus principales exponentes.
Hablar de La epidemia tiene un poco del dicho del vaso “medio vacío o medio lleno”. En esta caso, el vaso queda a medias y un poquito más lleno, pero la sensación no es del todo satifactoria. Veamos: lo positivo es que la narración elige un adecuado clasicismo, medio tono preciso, sobrio, casi carpenteriano. A su vez, como los mejores exponentes del terror “apocalíptico” (si bien la película no plantea un Apocalipsis global muestra la destrucción masiva de un pueblo) tiene la dureza y la desesperanza que aportan el humanismo necesario en medio de la hecatombe.
Lo negativo, por otro lado, es que con demasiada asiduidad se tienta con diversos golpes de efecto visuales que echan a perder la interesante (y nuevamente carpenteriana) construcción del suspenso mediante un inteligente uso de la profundidad de campo. También azota a estas costas, una musicalización poco feliz y efectista (a cada aparición sorpresiva un primer plano sonoro estridente para machacar), una cadena de lugares comunes (los personajes son estereotipados y las situaciones que atraviesan también, lo que impide cualquier forma de empatía o de humanidad) y una resolución imprecisa, que deja varios frentes y preguntas abiertas.
Al finalizar la película queda una extraña sensación, de todas formas: que todo está demasiado correcto, “que los rubros técnicos bla bla bla”, “que actores solventes bla bla bla”, “que efectos especiales prolijos bla bla bla”, “que el guión es atractivo bla bla bla”. Pero no sentimos ni la más remota emoción: es una película fría que cumple parcialmente sus objetivos pero que en la memoria, simplemente desaparece, se difumina entre otras mucho mejores que la antecedieron. Su presencia no molestará ni sorprenderá a nadie: porque tiene destino de invisibilidad. Es una de las paradojas del clasicismo narrativo: ser tan efectivo y funcional que deje de existir.