Cuando el hielo se deshiela mejor
La velocidad, el ritmo sostenido, la acumulación, el humor físico y algún buen personaje nuevo hacen que esta cuarta parte de la saga supere a sus antecesoras.
Como sucedió ya con alguna Harry Potter, la última Las crónicas de Narnia y la más reciente de la saga Crepúsculo, La era de hielo 4 supera claramente a sus antecesoras. Dejando de lado a la ardilla Scrat (que igual es, digámoslo de una vez, una copia desfachatada del Coyote), las tres primeras eras de hielo no iban más allá del producto en serie, previsible e impersonal. Sin ser perfecta ni genial, esta tercera secuela transmite la sensación esencial de no haber sido hecha por máquinas, sino por gente. Gente que le puso un toque personal al asunto, que disfrutó haciéndola, que no la pensó sólo en términos de producto.
En ese punto no puede dejar de observarse que esta vez uno de los dos codirectores es un tal Steve Martino. Su nombre tal vez no suena mucho, pero unos años atrás este buen señor dirigió Horton y el mundo de los Quién, otra película de animación que parecía hecha por gente. Lo cual da para pensar que algo tendrá que ver don Martino con que esta vez el hielo deshiele mejor.
La velocidad, el ritmo sostenido, la acumulación, el humor físico y algún buen personaje nuevo son claves aquí. Los puntos (3) y (5) son de rigor en toda secuela, donde se suele recurrir a la suma y la multiplicación como operaciones de diferenciación. Los puntos (1), (2) y (4), en cambio, parecerían obra y gracia del “Tata” Martino y, en tal caso, quizá también de David Ian Salter, montajista de Toy Story 2 y Buscando a Nemo, que por lo visto cambió de camiseta y se pasó a la Fox.
Como llevada por el propio efecto de arrastre del que la película trata, La era de hielo 4 no para nunca. Arrastre de bloques de hielo, que se desprenden por culpa de ya saben quién (en su eterna persecución de la Bellota Dorada, Scrat produce esta vez nada menos que la deriva de los continentes, de la que habla el subtítulo original), separando al mamut Manny, el tigre dientes-de-sable Diego y el perezoso Sid del resto de su multizoológica comunidad. En la deriva, ellos tres y la abuela de Sid se toparán con una tripulación pirata, comandada por el temible capitán Gutt, orangután feroz, dispuesto a tomar por asalto su “nave”: el iceberg en el que viajan.
Cada tanto Scrat se cruza con ellos (cruces que, como en las anteriores, funcionan a la manera de “separadores” televisivos), intentando atrapar la histericona bellota (como en el Coyote y el Correcaminos, este par es una clara metáfora sexual) y ocasionando nuevas calamidades cósmicas a su paso. A la de los piratas se suman otras subtramas antropomorfizadas (el sobreprotector mamut Manny no quiere que la hija adolescente salga con un atractivo mamuteen, el duro Diego es ablandado por una tigresa blanca a la que en el original da voz Jennifer López).
Una de esas subtramas incluye a la disfuncional familia de Sid, que no sólo se caracteriza por un escasísimo apego a la higiene (los perezosos parecen ser bastante roñosos), sino que además no duda en abandonarlo por segunda vez (el pobre Sid siempre sufrió por eso), ahora junto con la abuela. Entre senil, zarpada y malcriada, ésta es seguramente el más atractivo de los nuevos personajes, logrando, además, que lo que parecía puro delirio personal termine resultando la salvación para la entera tripulación del iceberg.
Unas sirenas monstruosas, la aparición de un inesperado arcoiris y la llegada a una Nueva York de la prehistoria son algunos de los puntos altos de una película que, definitivamente, entretiene. Se trata de un secreto que Hollywood siempre dominó y alguna vez perdió. Y lo hace sin estupidizar a nadie, lo cual no deja de ser meritorio. No puede cerrarse la nota sin agregar que, copiando el ejemplo de Pixar, esta vez la Fox precede el largo de un corto. Y no uno cualquiera, sino uno de Los Simpson, a la altura de lo mejor de la serie.