Diversión en cuentagotas
El cine de animación reciente (hablamos de los últimos 17 años, más o menos desde la aparición de la animación digital) ha brindado tantas señas de creatividad en extremo como de pereza absoluta. A esto último ha contribuido una de las mayores taras de este tipo de películas: la conversión en franquicia, en saga, de todo aquello que resulta exitoso desde el vamos. Es decir, el cine como mercancía (más aún el infantil), como posibilidad de seguir explotando una fórmula hasta el hartazgo en productos, subproductos, y más. Salvo casos aislados, los films son pensados como obras auto-conclusivas, es decir que los conflictos se plantean y resuelven en esa primera película, y todo lo que venga después no es más que estiramiento, en ocasiones, innecesario. Ante esto, hay dos posibilidades: o se analiza a fondo el objeto en cuestión y se profundiza en los elementos psicológicos (Toy story) o se apuesta por la evasión de todo conflicto y se lanza a la aventura descontrolada (Madagascar, Kung fu panda). El caso de La era del hielo es tal vez el más evidente en eso de un innecesario estiramiento: casi como ningunos otros, los personajes de este film se definían en aquella primera película y sus conflictos quedaban resueltos: el mamut solitario aprendía a compartir e integrarse, el tigre dientes de sables ponía su bondad a prueba, y el perezoso cumplía a rajatabla su función de comic relief. Y todo, en el marco de una reescritura del western. Era un film melancólico, amargo, bastante alejado de las convenciones rítmicas que puntúan el cine infantil actual. Vista una segunda parte muy floja y una tercera entrega donde repuntaba gracias a la aparición de Buck (que lamentablemente ha sido relegado a un plano en este film), de esta cuarta parte sólo podíamos esperar dos o tres chistes buenos y más rutina. Algo de eso hay.
Sabemos que cada aventura de estos personajes está marcada por un evento fundamental en la progresión del planeta Tierra: en la dos fue el deshielo, en la tres la aparición de los dinosaurios, y en esta la separación de los continentes. Separación que se da gracias a la aparición de la ardilla Scrat, que sigue a su bellota hasta el mismísimo núcleo de la Tierra. Este prólogo es realmente muy divertido y lo mejor de una película que se las rebusca para airear un poco la saga con la aparición de muchísimos personajes, como la abuela del perezoso, la tripulación de un barco pirata comandada por un mono malvado, y un impecable ejército de ardillas neuróticas (el mayor descubrimiento de esta cuarta parte, junto a la familia abandónica del perezoso). Es decir, lo que los directores Steve Martino y Mike Thurmeier propusieron abiertamente, fue la sumatoria de elementos para dar una idea de renovación, de movimiento y de no estancamiento. Más si sumamos que los personajes son obligados a movilizarse, esta vez en una aventura que adquiere iconografía de película de piratas. Los resultados de La era del hielo 4 son desparejos, con una primera hora que fluye bastante bien, incluso con un par de momentos logradísimos desde lo visual, pero un acto final que se sumerge en el mayor de los aburrimientos, tal vez el pecado mortal de un film hecho solamente con el propósito de entretener.
Si hay algo que agota en estos films de La era del hielo, es esa presión para que los personajes adquieran mayor volumen psicológico. ¿Cuántas veces más vamos a lidiar con el conservadurismo del mamut y su mirada estructurada sobre el mundo? En esta cuarta parte el conflicto central es la relación entre el mamut y su hija, el choque generacional. Pero eso tiene un sabor a deja vú constante y su resolución es demasiado simplona. Como si los realizadores no se animaran a soltar amarras emocionales, dentro de una saga que nació precisamente como un núcleo duro de emociones, y no pudieran darle la mano definitivamente a la aventura y el humor desquiciado: eso que aparece aquí con el ejército de las ardillas o en el prólogo, pero que se esfuma muy repentinamente, y que Madagascar 3: los fugitivos entendió como nadie. Por eso es de lamentar la ausencia de Buck, aquella comadreja aventurera de la tercera parte, capaz de definirse por medio de la acción y de demostrar que lo lunático se da muy bien con este tipo de películas. Así las cosas, La era del hielo 4 no es el desastre de Cars 2, donde nada funcionaba -ni siquiera sus apuestas estéticas a jugar al cine de espías con autitos-, pero tampoco es un film acertado en sus intenciones de entretener y divertir.
Como agregado, quiero decir que lo mejor de la película es sin dudas el corto de Los Simpsons que acompaña las proyecciones en 3D, y que tiene a la bebé Maggie como protagonista. The longest daycare imagina una jornada de la pequeña en la guardería y su enfrentamiento con ese bebé de cejas pronunciadas que ha sido su enemigo en algunos capítulos (aclaro que hace 12 años que no miro la serie, ya que su humor ha avanzado progresivamente hacia la idiotez mal entendida y dejó de interesarme). Contado sin diálogos y con una agradable mezcla de animación 2D con estereoscopía, de lo que en definitiva habla el corto, más allá de sus perfectos chistes físicos y visuales, es del arte, de la belleza y de la necesidad de protegerlos como forma de crecimiento personal. Y claro, Maggie, que ya sabe qué va a ser de su futuro aunque el resto del mundo no se dé cuenta.