Flojo musical con un ridículo Tom Cruise
A lo largo de su carrera, Tom Cruise ha interpretado de manera convincente toda una gama de personajes. Piloto de jet, abogado, superespía, boxeador del siglo XIX, jugador de billar, héroe de la tierra de las hadas y los duendes, sufrido hermano de un autista, barman, asesino profesional, y veterano de Vietnam en silla de ruedas. Con un buen director, casi todo es posible. Ahora, para convertir a Tom Cruise en un astro de rock de los años 80, más que un buen director haría falta un milagro.
Si encima no hay un buen director, ni tampoco un guión que ayude a sostener un poco las cosas, el resultado puede ser realmente patético. Pero el ridículo Cruise rockero no es el único problema de este musical dedicado a celebrar (o, en sus mejores momentos, parodiar) uno de los períodos menos interesantes de la historia del rock, la época del pop prefabricado para la FM y las más ligeras distorsiones de algo parecido al heavy metal. Pero incluso apelando al kitsch y la nostalgia, no hacía falta elegir algunas de las peores canciones del período para hilvanarlos en una trama que podría definirse como una mala copia de «Casi famosos» de Cameron Crowe, o incluso una copia desvergonzada de los viejos musicales clásicos al estilo de «Calle 42».
Hay una chica inocente pero medio «groupie», un camarero destinado a convertirse en rock star, un manager despiadado, y un decadente músico famoso que seduce a una reportera (y también a la esposa de un político que quiere proscribir el rock). Incluso la música de
Journey, Foreigner, Starship, Bon Jovi o Pat Benatar podría estar mejor aprovechada y mucho mejor elegida. Los lugares comunes que propone el argumento podrían estar un poco más condimentados con los detalles propios del mundo rockero, aunque sea para evitar que todo el asunto se parezca más a «Glee» que a «The Wall».
«La era del rock» es un flojo musical filmado sin mucha preocupación por disimular su origen teatral. Por momentos es terrible, y parece interminable, sólo se vuelve soportable en sus minutos francamente paródicos, especialmente algunas escenas interpretadas por Paul Giamatti (el manager despiadado) y sobre todo cuando aparece Alec Baldwin, el dueño del antro rockero donde transcurre casi toda la acción. Su actuacion es tan buena y divertida que casi permite soportar todo lo demás.