Rock con destino adolescente
Tom Cruise encarna al divo Staccey Jaxx en este film dirigido por Adam Shankman sobre una estrella de rock similar a Axl Rose y que queda a mitad de camino entre el cruce de géneros.
Todo dependerá del concepto que cada uno tenga sobre lo que es, sería o fue el rock como postura rebelde. Algunos amarán esta película de coreógrafos cinematográficos donde se invocan desatinos como Glee, Mamma mia! y la remake de Hairspray, también dirigida por Shankman. La atmósfera teen-Disney tampoco falta a la cita con la rosadísima historia de amor entre la aspirante a estrella Sherrie, chica de pueblo recién llegada al mundo loco rockero 1987, y el tabernero de musculosa Drew, con look que huele a nieto de Tony Manero, aquel Travolta de la fiebre de sábado por la noche. Otros dirán que los secundarios justifican la película: la pareja de losers de Russell Brand (insoportable) y Alec Baldwin (al principio simpático y luego insufrible), el empresario todoterreno que encarna Paul Giamatti y la censora rockera a la que Catherine Zeta-Jones le da más vida que a lo poco que le ofrece el guión. Acaso alguno se vea sorprendido por el divo Staccey Jaxx en la piel y en los pectorales de Tom Cruise, imitando a Axl Rose o a cualquier otro metalero década del '80, inclusive de Poison y Def Leppard. O, tal vez, se trate de la versión pura y casta del rock de dos décadas, recorrida por el género musical originado desde el teatro, con algunos chistes que funcionan y una pareja central ajena a cualquier mínimo síntoma de carisma.
Pero aquello que más hace ruido en este film sobre el rock para preadolescentes, cuyo responsable original sería Across The Universe, ese engendro sobre la memoria beatle, es la apropiación desenfrenada de un mundo en manos de coreógrafos, teatristas y bailarines evacuando su adrenalina estética para concebir un pastiche que no llega a convertirse ni en kitsch ni en camp. La era del rock queda en el medio de todas sus declaradas pretensiones estéticas: no es ópera rock porque le falta zafarse, tampoco es un film retro debido a su voraz márketing adolescente, menos aun una guarrada al estilo John Waters (Hairspray, la original) por su autoconciencia de novelita rosa con príncipe y princesa que terminarán triunfando como artistas, similar a las alegrías y felicidades que caracterizaban a El club del clan sesentista y argentino.
Pero acaso no se le debería pedir demasiado a una película que apunta al público que se regocija con la saga Crepúsculo. En ese sentido, la ensalada visual perpetrada por Shankman jamás traiciona sus objetivos. En cuanto a las voces principales, traslucen como menos que discretas, definición que también abarca a las coreografías, a puro piloto automático, que hace añorar a aquellas que construyeron la gran historia del género. Nuevas versiones de clásicos de Guns’N’Roses, Joan Jett, Twisted Sister y Pat Benatar, entre otros hits de los '80, y resuenan en la banda de sonido. Suponer que alguna de ellas podría superar a las originales hubiera resultado una agradable e inesperada sorpresa.