Todo mal con el más puro cliché hollywoodense
Está todo mal en La era del rock, empezando por el título. Basada en un musical de Broadway, la película se sube al retroochentismo en boga, transcurriendo a fines de esa década. No es que no haya habido rock en los ’80, pero difícilmente pueda considerarse esos años “la era del rock”. Y si hubo algún rock en esa época, no fue precisamente el de baladas como “More Than Words” o “Here I Go Again” o el de grupos como Poison y Bon Jovi, o Van Halen y Def Leppard en sus temas más FM. Que de eso está hecha la banda de sonido de La era del rock. Que así como no tiene rock tampoco es una comedia (por más que estén el gran Alec Baldwin y el divertido Russell Brand), una sátira (aunque uno de los guionistas sea Justin Theroux, que coescribió Imperio, de David Lynch, y Una guerra de película, de Ben Stiller) o un musical como la gente (son tan malos la banda de sonido original como los números musicales). No hay película, en definitiva, porque las muchas manos que revolvieron este plato hacen de él un indigesto High School Musical de los ’80, disfrazado de la This is Spinal Tap que jamás se atreve a ser. Además de que el director, Adam Shankman, no es de cine sino de musicales (malos). Y se nota.
El argumento es el más puro cliché hollywoodense. De una, sin parodia ni relectura ni nada. Chico con cara de tonto (Diego Boneta, se llama) trabaja de mozo en boliche estilo Hard Rock Café, regido por un Alec Baldwin de camisas estampadas, chalequito, peluca y vincha (parece Paolo el Rockero) y un Russell Brand cuya única función es la de meter oneliners de segunda. Rubia lavada y siempre muy peinada (Julianne Hough, se llama) llega del interior, para triunfar en Los Angeles como cantante. Es ingenua y llena de ilusiones. Obvio: terminará bailando caño en un cabaret presidido por la gran soulera Mary J. Blige, que casi no tiene ocasión de lucirse. Chico con cara de tonto también quiere triunfar como cantante, claro. Será toda una revelación en el club, el día que haya que llenar un hueco imprevisto en la agenda (algo que no se vio nunca en ninguna película).
Desde ya que chico con cara de tonto y chica rubia lavada y siempre muy peinada se cantarán canciones de amor que harían ruborizar a Troy y Gabriella, de High School Musical (serie y película que, a diferencia de ésta, nunca pretendieron ser lo que no son), traicionándose un poco y separándose por un tiempo, hasta que finalmente... ¿A ver si alguien adivina cómo terminan? Claro que en lo que en realidad confían los productores es en la presencia de Tom Cruise, que hace de Steve Tyler: una rock star llena de caprichos, botellas y groupies, con el torso tatuado siempre al aire. Está perfecto Cruise en el papel y es asombroso su estado físico a los 50. Pero tiene un problema: los guionistas (¡ay, Theroux!) han previsto para él kilos de vacío existencial y autocuestionamiento tardío. Frente a Stacy Jaxx (nombre del personaje), Catherine Zeta-Jones hace una especie de Sarah Palin, que cuatro años fue candidata a la vicepresidencia por el ultrarreaccionario Tea Party. Acaudillando a un grupete de señoras para quienes el rock y el Diablo son lo mismo, con tailleurs de colores y rostro de piedra, su personaje es una caricatura obvia, previsible y unidimensional. Como la película entera.