Paradise rock city.
La sociedad norteamericana tiene particular predilección por culpar por sus propias falencias a elementos externos que poco tienen que ver con la verdadera causa de sus males. Ocurrió en los sesenta con Elvis Prestley y su osado meneo de caderas, ocurrió en los ochenta con el movimiento Glam Rock y también, más cerca a nuestros tiempos, ocurrió con la demonización de Marilyn Manson luego de la masacre de Columbine.
A mediados de los ochenta en medio de la máxima exposición de Glam Metal que llenaba las disquerías con jóvenes de cabellos cuidadosamente batidos surgió el movimiento Parents Music Resource Center, un liga de las buenas costumbres que buscaba advertir a los padres incautos sobre la proliferación de las nocivas consecuencias del rock en los jóvenes . Incluso la esposa de Al Gore (Ex vicepresidente de los Estados Unidos) fue miembro de esta especie de caza de brujas rockera. El conflicto llegó incluso a los estrados norteamericanos donde algunos rockstars se defendieron de las acusaciones dando lugar a un interesante debate.
Basado en este hecho histórico y en la obra de teatro musical de Broadway, Adam Shankman, director de Hairspray, nos acerca a esta nueva adaptación en fílmico de un exitoso musical de teatro.
La historia no tiene nada de nuevo: una joven pueblerina viaja a Hollywood a cumplir su sueño dorado (Julianne Hough) y allí conocerá a otro joven con sus mismas ambiciones (el latino Diego Bonetta) que la ayudara a instalarse en el nuevo mundo.
La meca del rock es el Bourbon, y allí es donde ambos trabajan y traban su inevitable historia de amor; pero otra subtrama aparece y es la de la combativa Patricia Whitmore (Catherine Zeta-Jones ya experimentada en musicales y ganadora del Oscar por Chicago) quien encabeza la liga contra los rockers y tratara de lograr el cierre del mítico bar.
Dentro del mundillo del rock, y como fieles defensores de ese modo de vida, estarán Alec Baldwin y Russell Brand, quienes serán los encargados de uno de los mejores duetos del film. Y entonces aparece la frutilla del postre: un sorprendente Tom Cruise encarnando a Stace Jaxx, el ídolo rocker, melómano y sexualmente descontrolado por excelencia que hará las delicias del público femenino y demostrando que no hay edad para rockear cuando interpreta canciones de Bon Jovi y Guns n’ Roses con un profesionalismo admirable.
Junto con él, y como su manager aguerrido, Paul Giamatti nos muestra la mano sucia e inescrupulosa del rock como industria que en muchos casos prefiere mantener a sus ídolos inconscientes y drogados y convertirlos en una maquina de escándalos más que en un artista completo. De la mano del personaje de Giamatti también veremos el nacimiento de las boy bands como lo que realmente son: un producto de marketing perfectamente ensamblado sobre el cual la industria del espectáculo ha basado parte de su fortuna.
El film abarca varios frentes, siendo tal vez el menos interesante la historia de amor de sus protagonistas, dado la fuerza escénica de los que aportan los personajes secundarios (Tom Cruise, Catherine Zeta Jones, Alec Baldwin y Russell Brand) y cuenta, como detalle para los más observadores, con cameos de Sebastian Bach, Debbie Gibson y Kevin Cronin, entre otros. La era del rock aporta una mirada irónica sobre ese mundo rockero extremo que nos brindaron los ochenta con una banda de sonido para el recuerdo (los más acérrimos defensores tal vez tilden a estos covers de ser demasiado inspirados en la estética de reversionismo rockero de Glee)
El personaje de Stace Jaxx tal vez sea el fiel exponente de esta mirada cómica e irónica sobre la industria de la música y tal vez las mejores palabras para definirlo sean las que provienen del clásico de Bon Jovi Wanted Dead or Alive: “He estado en muchos sitios
y aún sigo en pie/He visto un millón de caras y he hecho que se estremezcan “. Los ochenta están de vuelta con La Era del Rock y logran estremecernos… ¿qué más podemos pedir?
@Cariolita