Escaso respeto a los mayores
Las segundas oportunidades y la felicidad que produce el arte para quienes recorrieron un largo camino son las dos ideas base sobre las que se sostiene la película protagonizada por Vanessa Redgrave y Terece Stamp, temas que en los últimos años recorrieron con mayor o menor suerte varias producciones centradas en la vejez, como la reciente Rigoletto en apuros o El exótico Hotel Marigold.
En el film de Paul Andrew Williams, director de Un oscuro secreto, Marion (Redgrave) es una enferma de cáncer que con mucho esfuerzo ensaya en un coro de jubilados del centro comunitario local. La felicidad que encuentra en esa actividad se contrapone a la amargura de su esposo Arthur (Stamp, lejos de sus mejores trabajos pero entero y digno en una película que no lo merece), peleado con el mundo, que ridiculiza la rutina de los ancianos y además, mantiene una tensa relación con su hijo James (Christopher Eccleston).
Y como centro de la tensión entre los que quiere cada uno de los ancianos está Elizabeth (Gemma Arterton), la directora del coro, una joven llena de buenas intenciones y con problemas para relacionarse con personas de su edad.
Y ahí va el relato, previsible y lleno de golpes bajos a cumplir con el deseo de Marion, que ya no está pero proyecta su amor sobre los que quedan, principalmente Arthur, que claro, transita la necesaria y sanadora reconversión, primero con la memoria de su esposa, luego con los que lo rodean, además de llegar a un empate con un pasado que se adivina agrio, más el bonus del crecimiento de Elizabeth, que le permite seguir con su vida.
Pero más allá de las agachadas emocionales y la emoción fabricada, lo imperdonable de La esencia de la vida es que supuestamente se asienta en el respeto por los mayores y sin embargo, son demasiadas las situaciones –principalmente, cuando el coro se prepara y, luego, en una competencia musical–, que se somete a los personajes a situaciones tontas y poco dignas. Son viejos, no idiotas.