Relato simple y de muy cuidada realización
Los miles de retratos humanos que vimos en el cine están lejos de ser olvidados como temática. Podría haber tantas obras como personas en el mundo, y a su vez cada uno tendrá una mirada diferente.
Andrea Segre hace una elección muy puntual en “La esperanza de una nueva vida” con un sobreimpreso en fondo negro que no anticipa la temática, sino la estética con la que se va a tratar.
Según la leyenda, para conmemorar al más grande poeta chino, la gente enciende velas y las deposita en el río para recordar que su alma sigue presente.
Plano detalle de varias velitas flotando. Cuando el plano se agranda vemos que estas flotan en una bañadera ante la atenta mirada de Shun Li (Tao Zhao), entendemos entonces que está lejos de su tierra, es sensible al arte y extraña…
Esta trabajadora textil está en Italia, y según la mafia china debe pagar con trabajo una deuda si quiere volver a ver a su hijo. Los jefes la trasladan a Chioggia, una pequeña comarca de pescadores cerca de Venecia, donde conocerá a alguien que cambiará las cosas.
El lugar funciona como una suerte de centro de la desesperanza. Vemos una ciudad italiana muy lejos de las postales y los souvenirs para convertirse en el marco propicio para aumentar la sensación de soledad. Sólo queda la posibilidad de conectar con almas en la misma circunstancia. Allí es donde Shun Li encuentra el alivio necesario para alimentar la esperanza de reencontrarse con su hijo.
Además de las actuaciones de todo el elenco que colabora con cada gesto a establecer la circunstancia, la película de Andrea Serge cuenta con la preciosa fotografía de Luca Bigazzi y la música en dosis justas de François Couturier.
Un relato simple y de cuidada factura. A veces el camino de la sencillez deja ver muy a flor de piel las complejidades de un mundo cada vez menos piadoso con el de al lado. En este sentido, “La esperanza de una nueva vida” no intenta moralizar a nadie, sencillamente ofrece una agradable pieza cinematográfica.