Cuando los valores universales resuelven las diferencias
“Io sono Li”, ópera prima en el rubro ficción del documentalista italiano Andrea Segre, se ubica en una ciudad costera de la zona del Véneto, al narrar las vicisitudes que tiene que atravesar una joven inmigrante china para reunirse con su pequeño hijo, que ha quedado en su país natal al cuidado de su abuelo.
La película gira totalmente en torno de la protagonista, personaje a cargo de la actriz Tao Zhao, quien con su figura pequeña, pocas palabras y mínimos gestos, consigue atrapar la atención y mantener el interés del espectador.
Li trabaja en un taller de costura y pronto le avisan que será trasladada a Chioggia, para atender una cantina del puerto, recientemente adquirida por la corporación de inmigrantes chinos a la que pertenece.
La joven llegó a Italia en busca de una mejor situación económica y anhela traer a su hijo, pero para ello debe pagar su deuda con los gestores, que son quienes deciden prácticamente todo lo que refiere a la vida de los inmigrantes de su país en Italia.
En Chioggia, Li debe aprender un nuevo oficio, que le exige trato con el público, al que no estaba acostumbrada en su trabajo anterior, y eso le trae inconvenientes con el idioma. Sin embargo, con sus modos sencillos y amables se gana la simpatía de los parroquianos, todos pescadores. Entre ellos, se destaca Bepi, un hombre mayor, viudo, oriundo de Yugoslavia y residente en Italia desde hace 30 años. Bepi representa a una generación marcada por otra ola de migraciones, relacionadas con vaivenes políticos en el centro de Europa. Entre ambos surge una simpatía inmediata y el hombre se siente conmovido por la fragilidad de la muchacha y su aparente desamparo en una tierra extraña, lejos de su afecto más querido, y sometida a condiciones de explotación.
Se hacen amigos y un sentimiento parecido al amor nace entre ellos, pero la relación no es bien vista ni por los chinos ni por los italianos, quienes interfieren para separarlos.
No obstante, las cosas se desenvuelven de tal manera, que el afecto es más fuerte y logra sobreponerse a las trabas, aunque de un modo sutil y no demasiado explícito.
El relato, que parte de una idea del mismo Segre, apela a las sugerencias más que a la denuncia explícita, dejando en una zona de misterio el modo cómo Bepi logra brindarle protección a su amiga, sin contrariar a propios ni extraños, de modo que finalmente Li se reunirá con su pequeño hijo, aunque no pueda seguir viendo al viejo pescador.
“Io sono Li” es una historia de encuentros y desencuentros, de almas solitarias condicionadas por circunstancias históricas, las que no obstante consiguen manifestarse por encima de las dificultades. En esta película, los buenos sentimientos triunfan por sobre todos los obstáculos y se imponen logrando vencer a la maledicencia, dejando un buen sabor de boca al mostrar la parte amable de las relaciones interpersonales y el entrecruzamiento de culturas.
En la manera de enfocar la anécdota y la multiplicidad de detalles que enriquecen el lenguaje narrativo, se nota la experiencia documentalista de Segre, quien consigue reunir un importante caudal de información con un mínimo de recursos expresivos, mostrando más que explicando, apelando a la sagacidad del expectador para descubrir aquellos elementos que necesita para entender lo que se está contando.
Y si bien se trata de ficción, la historia de Li y Bepi bien podría estar basada en situaciones reales, de las que suelen abundar en regiones marcadas por los intercambios característicos de la globalización, con sus consecuencias personales y familiares, muchas veces no deseadas, pero inevitables.
“Io sono Li” habla de todo eso y también de la capacidad de adaptación del ser humano a las condiciones cambiantes, en donde el valor de la vida y la solidaridad son poderosas monedas capaces de abrir caminos para la resolución de problemas.