LA ESPÍA QUE ME DESENAMORÓ
Inspirado en la historia real de Melita Norwood, una anciana que en 1999 fue detenida en Inglaterra tras confirmarse que había sido espía para la KGB durante los años 40’s, este thriller de Trevor Nunn avanza sobre múltiples conflictos pero sin nunca encontrar el tono adecuado como film de misterio. Por el contrario, el director opta por centrarse en la historia de amor de Joan Stanley (la Melita que el relato imagina) y en el melodrama como forma genérica, simplificando demasiado una historia por demás apasionante.
La espía roja arranca con una Joan anciana (Judi Dench) que es detenida y sometida a una serie de interrogatorios, situación que la lleva inmediatamente a pensar en sus tiempos de estudiante universitaria y en cómo terminó involucrándose con sectores que militaban en el comunismo. Pero que no sólo militaban, sino que además actuaban como espías en pleno territorio británico, llevando a Rusia secretos militares y demás datos fundamentales en tiempos de guerras mundiales. La forma en que velozmente el relato termina recurriendo al flashback hace dudar inmediatamente sobre la calidad de lo que vamos a ver, cuestión que se termina de confirmar a medida que avanza el relato. Como mucho del cine contemporáneo que pretende aferrarse a cierto clasicismo, el melodrama romántico parece ser una superficie prestigiosa y, además, una que es funcional a los vaivenes emocionales de los personajes: Joan queda así tironeada entre dos hombres, que representan intereses e ideales diferentes. Para la película eso solo alcanzaría para explicar por qué motivo la protagonista terminó colaborando con los rusos, algo que resulta excesivamente maniqueo, como la horrible escena en la que ve por televisión cómo la bomba atómica destruye Nagasaki y eso le hace recapacitar sobre aquello que está haciendo en su trabajo.
En todo caso no está mal que La espía roja se convierta en un folletín, el problema es que como tal no logra emocionar, o al menos le falta un carácter más prosaico para apelar a sentimientos básicos y perderle el miedo al ridículo. Y tampoco funciona en el territorio del thriller de espías, ya que carece de todo misterio. Así las cosas, el film de Nunn se pretende reflexivo y político, poniendo bajo su lupa cuestiones como el patriotismo, la traición, la ideología y sus contradicciones. Y sin embargo no deja de ser un melodrama apenas prolijo, actuado con solvencia por un grupo de intérpretes con oficio, y narrado con la pericia de un artesano que sabe poner la cámara y no mucho más. Desapasionada y banal, La espía roja pide a gritos alguien que la despeine un poco y le quite el almidón de qualité que la coloca en la estantería de los dramas buscadores de un prestigio que nunca le llegará.