La espía rosa
Una anciana que pasa sus días cuidando el jardín de su casa en los suburbios es arrestada por traición a la patria. El punto de partida de La espía roja (Red Joan, 2018) es auspicioso, pero su director Trevor Nunn se encargará de arruinar la expectativa generada.
La historia se “inspira” en hechos reales: Melita Norwood (Judi Dench) era una funcionaria inglesa cuya simpatía por el comunismo la llevó a entregar secretos nucleares a la Rusia de Stalin, en plena Guerra Fría. Muchos años después, es arrestada por estos hechos, siendo bautizada por los medios de comunicación como “la abuela espía”.
Sin embargo, en la adaptación de los hechos que hace la película, Melita no es una espía con fuertes convicciones ideológicas, sino una mujer enamoradiza cuyas motivaciones parecen surgir más de su corazón que de su postura ideológica.
Todo resulta apático en La espía roja y nada nos genera empatía. Ninguno de los diversos temas que trata la historia es tratado con rigor por el director, todo está edulcorado, suavizado para no escandalizar a al audiencia. La Guerra Fría, el amor, el feminismo, las convicciones ideológicas, las relaciones filiales, la lealtad, la verdad y la mentira... todo está tamizado por un filtro de superficialidad, lo que asemeja a esta película a una novela televisiva.
Incluso, el relato está mal estructurado en base a infinitos flashbacks, sumado a la pésima decisión de revelarnos a los pocos minutos de iniciada la película, los motivos por los que arrestan a una pobre viejita.
En definitiva, Trevor Nunn desperdicia una gran historia y desperdicia a la gran Judi Dench, que en su papel podría haber mostrado el padecimiento de vivir todos esos años en ese silencio, en esa tensión originada por su oculto pasado y la tranquilidad de su vida cotidiana; lejos de la novela rosa que terminó filmando.