Raramente el medio judío ortodoxo ha sido retratado por el cine israelí y es probable que nunca tal tarea haya estado a cargo, como en el caso de La esposa prometida, de un cineasta salido de ese universo y, más sorprendente todavía, que se trate de una mujer. A la familiaridad y el profundo conocimiento de esa comunidad cerrada sobre sí misma y predominantemente ritualizada por lo religioso que posee Rama Burshtein y que asegura la solidez de su testimonio documental, debe sumarse en este caso que se trate de una directora de su sensibilidad y su delicadeza.
Al situarlo en el cosmopolita ambiente de Tel Aviv, no necesita subrayados para describir la condición de aislamiento y de estrecha cohesión interior en que se desarrolla la vida cotidiana en el mundo jasídico ultraortodoxo: aunque los personajes transitan por las mismas calles que todo el mundo, no se muestra ninguna interacción con el mundo no religioso; no porque Burshtein quiera sugerir conflictos entre los dos grupos sino porque su mirada prefiere apuntar a la intimidad y centrarse en la historia familiar, una historia que, en cierta medida -en cuanto lo que importa aquí por sobre todo son las relaciones humanas- bien podría suceder en cualquier sociedad regulada por tradiciones y normas estrictas, aunque los omnipresentes rituales jasídicos impongan cierto aire de otros tiempos, más cerca de las convenciones del pasado que de las libertades del mundo de hoy.
En el centro de la historia está Shira, una bella chica de 18 años que sueña con un casamiento por amor, pero al que la fatalidad obligará a un intempestivo cambio de rumbo. Durante la tradicional fiesta de Purim, su hermana mayor muere al dar a luz a su primer hijo. En poco tiempo más habrá que darle una madre y, ante la posibilidad de perder al nieto huérfano, la familia verá aconsejable que ésta sea alguien del grupo: Shira, que es casi una niña, o una tía mayor, a punto de quedarse solterona.
Pero cualquiera de las dos, además del joven viudo, deben dar su consentimiento. Que la flamante abuela planee sus estrategias no supone que haya presiones o imposiciones. Shira duda y gracias a la admirable expresividad de Hadas Yaron (premiada en Venecia por este trabajo) y a las sutilezas de Burshtein, el relato puede optar por las sugerencias para describir sus vacilaciones, con tanta agudeza como capta y traduce los sentimientos de cada uno de los restantes personajes, todos muy bien interpretados.
La directora, brillante en el aspecto documental al que dedica particular atención, algo explicable si se considera que es un medio al que el cine no suele tener demasiado acceso -cuenta también con el valiosísimo aporte de un equipo fotografía, ambientación, música- en el que todos sumaron, además de sólido oficio, una especial sensibilidad.