La espuma de los efectos
Michel Gondry adapta la celebrada novela de Boris Vian en un festival de esnobismo lleno de gadgets surrealistas animados cuadro por cuadro, música de jazz y tonterías a granel, muy bien realizadas y admirables a la vista, pero que no ayudan a contar una historia de manera más o menos sensata.
Sobre todo con una duración superior a las dos horas, la absurda y trágica historia de amor de un hombre enamorado de una mujer con una extraña enfermedad (le crece una flor en los pulmones), es el tipo de libro de libro de culto tan difícil de convertir en película como sucedió con "El almuerzo desnudo" de Williams Burroughs en manos de David Cronenberg.
Con la diferencia, además, de que Gondry no es Cronenberg, sino más bien un genial director de clips, algunos tan buenos como los que rodó para los Chemical Brothers, pero su principal problema a la hora de encarar largometrajes es que siempre puso su estilo -y sus caprichos- por delante de lo que sea que haya que narrar.
Otro guionista habría pensado, con sensatez, eliminar algunos de los párrafos mas inasibles del libro de Vian, pero Gondry va por todo, con zapatos que andan solos, timbres que caminan, pianos que preparan cocktails al tocar las teclas, y un sinfín de hallazgos visuales simpáticos en sí mismos, pero al mismo tiempo obstáculos serios para contar algo que pueda sostener el interés durante dos larguísimas horas. Especialmente debido a que el director, enamorado de su propio talento, repite los mismos gadgets una y otra vez hasta agotarles toda su gracia.
Recién al final, cuando el romance se vuelve trágico, la película se vuelve blanco y negro conteniéndose un poco en su imaginería rococó para concentrarse un poco más en la síntesis de la poética de Boris Vian. Si para entonces es demasiado tarde o no, es algo que depende del gusto de cada espectador. De lo que no cabe duda es que en "La espuma de los días" hay mucho para ver, pero que es el tipo de película más original e interesante que auténticamente lograda.