Loco, loco amor
Transposición de la célebre novela de Boris Vian, La espuma de los días (L'Écume des jours, 2013) le da visibilidad al desbordante y surreal universo que imaginó el escritor francés. Si bien el pasaje al cine demuestra un creativo trabajo de arte, la inventiva y el enrarecimiento de la trama reclaman a gritos un retorno al material original.
Ratones que no son mascotas pero que viven en el propio hogar como un inquilino más, anguilas que juegan a no ser cazadas, objetos que funcionan “con vida propia”, una troupe de mecanografistas que, acaso, configuran nuestro destino; así es el desbordante e inspirador universo de Boris Vian, escritor exquisito que aquí nos habla del amor, pero también de la muerte, del universo del trabajo, de la soledad y de la amistad. En este mundo tan peculiar, el joven Colin (Romain Duris) conoce a Chloé (Audrey Tautou) y al poco tiempo conforman una pareja que escapa al imaginario del amour fou, tan transitado por la literatura y el cine francés. Por el contrario, ellos se enamoran y buscan, acaso, lo “estable”, por más que lo que los rodea no tenga nada de estático.
El realizador Michel Gondry fue el indicado para poner todo su arsenal visual al servicio de este relato de amor y pérdida. Su película sigue con bastante fidelidad la trama pautada por la novela, y conjuga una marcación actoral que se ajusta con ductilidad al universo surreal de Vian. En su valiosa filmografía, Gondry siempre cometió el mismo error: hacer que la forma se devore al contenido, tal como ocurrió en Human Nature (2001). La cosa empeoró hasta niveles mucho más altos, vale la pena mencionar su fallida El Avispón Verde (The Green Hornet, 2011). Pero, para ser justos, habría que excluir de la lista a la delicada Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), en donde había una historia de amor que fluía y una premisa original que le servía como marco ideal. Con La espuma de los días, Gondry vuelve a hacer foco en la identificación, y es allí donde gana. Imposible no deshacerse frente a la desazón de Colin, cuando se entera de que a su mujer le está creciendo un nenúfar en el pulmón. Y el pobre hombre se desmorona.
El “mundo-Vian” desestabiliza y corre de eje los patrones de conducta; los enrarece, los recontextualiza en el delirio y la efervescencia que está ligada al jazz, música que él amó y de la que también fue cultor como intérprete. El director entendió que ese corrimiento no tenía por qué tomar distancia de las emociones; por el contrario, las “extrañaba”, y eso permitía hacerlas aún más profundas.
Película deforme, “elefantiásica”, La espuma de los días podrá recordarnos a algunas de las locuras de Terry Gilliam. Como en El imaginario mundo del Doctor Parnassus (The Imaginarium of Doctor Parnassus, 2009), aquí hay una especie de non plus ultra del delirio que por momentos agobia. Es por eso que esta historia le sienta mejor a la literatura; espacio de mayor intimidad que invita, en el tiempo que a cada uno le plazca, sumergirse en un mundo que se activa y se completa cuando se retorna a la última página marcada.