Hay oportunidades en las que es bueno saber parar con la demagogia para evitar seguir ensalzando propuestas atribuladas sin corazón que sólo buscan el impacto visual para así justificar su razón de ser.
Tambièn hay que saber advertir cuando un realizador, como en este caso, Michel Gondry, está presentando un producto menor, que termina por refritar muchas de las ideas que hace tiempo tiene sobre aquello que considera cine, y que tal vez otrora, pudiese impresionar o sorprender a los espectadores y la cinefilia.
Dueño de una filmografía particular, en donde el surrealismo y hasta cierto realismo mágico han dictaminado los vectores narrativos de sus películas, en “La espuma de los días” (Francia/Bélgica, 2013), la adaptación que hizo de la novela de Boris Vian, la propuesta termina fagocitando las buenas intenciones con las que inició el relato y termina por plasmar ciertas ideas del cuento pero transformando su transposición en un lienzo kitch sin sentido.
Si quizás el barroco escenario que armó para los protagonistas Chloe (Audrey Tatou) y Colin (Romain Duris), dos enamorados trágicos, que sienten su pasión con alegría, pero también con mucho dolor, hubiese quedado más en un segundo plano, quizás el resultado hubiese sido otro.
Pero no, en “La espuma de los días” el cómo supera a el qué, por lo que se termina por una vez más perdiendo una estructura narrativa principal, y bien sabemos que Gondry no es Terry Gilliam, por lo que su vuelo visual nunca puede terminar por generar más interés que la totalidad del filme.
Gondry, una vez más, cree que puede seguir apostando más a la forma que al contenido y así es como termina por resentir la propuesta sin ninguna justificación acerca de la utilización de determinados elementos que no tienen razón de ser en el filme.
Tatou y Duris hacen lo que pueden con el material que el director les acerca, y aceptan jugar en cada uno de los artificios que éste creó para la historia.
Si en “L'écume des jours” Vian analizaba, con buen tino, la historia de amor desesperada entre los protagonistas, quienes deben de alguna manera poder superar la enfermedad de ella (una flor le está creciendo en los pulmones) a fuerza del empeño por el para progresar y superar los obstáculos que le aparecen, Gondry hiperboliza esto y termina por ridiculizar el verosímil que Vian había podido construir a lo largo de las páginas de la novela.
Mientras la enfermedad avanza, “La espuma de los días” busca hacerlo también con el universo que se va conformando alrededor de ellos, un espacio en el que se comienza a cerrar sobre sus pasos y en el que ni siquiera la música (Colin es amante del jazz) liberará de sus cadenas a cada uno de los amantes en desgracia.
Fallida transposición en la que el director se coloca por encima de la historia y de sus protagonistas, es hora que alguien pueda acercarse a Gondry, pedirle más contenido y exigirle, de una vez por todas, que deje de envolver sus productos con un envoltorio ambicioso y que en el fondo termina en el piso luego de abrir el paquete.