Soderbergh, por los desclasados
Otra vez Steven Soderbergh incursiona en el mundo de las estafas y los robos cronometrados, en el territorio de las engañosas apariencias y los golpes de buena estrella. En este caso, más cerca del absurdo universo de los Coen que de la mística del Rat Pack de Sinatra y Dean Martin, cuenta los preparativos del espectacular robo ideado por los hermanos Logan, amos de la mala suerte y las desgracias, con notable destreza narrativa y un humor tan corrosivo como no había antecedentes en su filmografía.
Bajo la apariencia de una modesta película de ladrones y engaños, Soderbergh lee con astucia el presente de los Estados Unidos: los Logan son lo más desclasado del white trash en una feria que parece tenerlo todo: veteranos de guerra, mineros desempleados, insólitas competencias y mucho de comedia negra. En la soleada Virginia, con su música country y sus prejuicios, los hermanos de la mala suerte y un convicto de pelo blanco (gran actuación de Daniel Craig) intentarán dar el golpe del siglo en una carrera de Nascar, emblema de la América de los tiempos de Trump.
Si uno de los peligros más consistentes del cine de Soderbergh ha sido la frialdad que amenaza tras sus intentos de perfección, la vitalidad scorsesiana de Channing Tatum y la excéntrica perplejidad de Adam Diver son el mejor antídoto. El director ha encontrado en una lúcida mirada sobre la dimensión política de sus personajes el alma que faltaba a muchas de sus películas.