El título podrá parecer genérico, y si bien su desarrollo narrativo podrá serlo también para los más versados y exigentes, La extorsión plantea una trama de suspenso apropiadamente ejecutada que sigue los principios hitchcockianos elementales del suspenso, en particular aquellos que determinan la diferencia entre cuánto sabe el personaje y cuánto sabe el espectador, siendo este último la prioridad. Esta crítica no apunta a comparar al guionista o al director de esta película con la figura de Hitchcock, pero sí busca dejar claro que ellos dejaron de manifiesto lo imperecedero de las máximas del maestro. La cosa no pasa por imitar o superar al director inglés, sino aplicar sus principios para hacer de forma eficiente un cine que no tenga otra intención que la de entretener, de mostrar esa vida con las partes aburridas cortadas, o más en concreto, esos pedazos de pastel. Una eficiencia que, convengamos, suele ser más la excepción que la regla en el cine nacional.
Sin embargo, en su concepción del suspenso es donde la comparativa con el director de Psycho puede llegar a tambalear, porque es en su desarrollo de personajes -o por lo menos, de la forma en la que son presentados- se aleja bastante de la máxima de que el personaje tiene que ser alguien con quien se identifique el espectador, alguien que ellos deseen ser, y dudo seriamente que el espectador desee ser un mitómano mujeriego capaz de fraguar un informe médico como es el caso del piloto aeronáutico que encarna Guillermo Francella. O que por lo menos no se animan a admitir si alguna vez lo fueron. También cabe decir que fue precisamente Hitchcock quien exitosamente hizo que nos preocupáramos si un auto con un cadáver adentro se hundía en el pantano o no. Ahora bien, este no es un concepto único a Hitchcock, sino un concepto general del Drama, que fue abordado por distintos nombres grandes. David Mamet tiene su teoría de las tres preguntas (¿Qué tiene que hacer el personaje? ¿Qué pasa si no lo consigue? ¿Por qué ahora?), pero hay uno más contundente y más breve, que es el aportado por el director Andrew Stanton durante una charla TED en 2012: Make Me Care, que en inglés significa “Hacé que me importe”.
¿Por qué me debería importar que Carlos Portaluppi abra o no la valija de Francella? ¿Por qué me debería importar que Andrea Frigerio se entere o no de lo que hace Francella? ¿Por qué me debería importar lo peligroso que es el personaje de Pablo Rago? Y, la pregunta más importante de todas, hasta podríamos decir la que engloba todas estas en una sola: ¿Por qué debería importarme si a Francella le va bien o mal en lo que desea lograr? Mal que les pese a algunos, La extorsión contesta todas esas preguntas, pero no son respuestas directas, secas y monosilábicas, sino que son estiradas lo suficiente, aportando a la tensión, y es ese estiramiento lo que hace que valga la pena.
La rudeza sería un curso de acción a tomar para esta reseña si sintiera que busca redefinir lo establecido por Hitchcock, romperlo o buscarle una nueva vuelta, pero me rehuso a analizar a La extorsión en esos términos porque salta a la vista que no se lo propone. Busca involucrar al espectador con lo que atraviesa el personaje de Guillermo Francella valiéndose de las armas, no diré las más nobles, pero sí las más esenciales para contar una historia. Mis palabras pueden parecer un altar a la mediocridad, pero no puedo dejar de reconocerle a Martino Zaidelis y a Emanuel Diez que tienen muy claro que el entretenimiento, puro y simple, no pasa por la pirotecnia sino por atraer y sostener el interés. No hablemos de aciertos históricos, sino de aciertos y punto, y el de ellos lo es.