Fábula más empalagosa que poética
En su libro «Los viernes de la eternidad», María Granata imaginó una chica condenada a convertirse en vegetal por un maleficio más o menos transitorio. Silvia Kutica, entonces al comienzo de su carrera, interpretó ese personaje en la versión cinematográfica de Héctor Olivera, donde la criatura incluso florecía hermosamente. Mucho antes, al comienzo de «El señor doctor», Cantinflas recibía a un niño del que le brotaban plantas por las orejas. «No es tierra, son las plantas de los pies, que se le han subido», era el dictamen del galeno, y ahí nomás las arrancaba de raíz como cualquier jardinero.
Lo que acá vemos quiere estar más cerca de la fantasía de Granata que del disparate cómico de Cantinflas, pero a veces resulta involuntariamente disparatado, y lo malo es que no causa mayor gracia, sino más bien vergüenza ajena. Una lástima, porque se supone que han querido hacer una fábula poética, y en parte casi lo consiguen.
Este es el cuento. Una pareja quiere convencer a la autoridad sobre sus méritos para recibir un niño en adopción, y en el esfuerzo le cuentan la experiencia mágica que vivieron en su afán de ser padres. No podían serlo, estaban desconsolados, y tan afligidos que de pronto escribieron en unos papeles las virtudes del niño ideal que soñaban, y los plantaron en el jardín, donde, sin dudas, habría repollos encantados porque de otro modo no se explica. Esa noche llovió, y el chico apareció. Supuestamente con las virtudes soñadas, y claramente con unos cuantos vacíos informativos y volitivos, hojitas brotadas a la altura de las canillas, y aspecto de diez años cumplidos, pero no vividos. Le faltaba experiencia. Tampoco los padres tenían experiencia. Entonces hacían papelones públicos en trío, pero nadie se afligía demasiado. ¿Alguien soñó con un hijo futbolista? Pues ahí estaba en el campeonato infantil aunque fuera un tronco. Y como tal, en vez de seguir la pelota se paraba a gozar de la fotosíntesis. Pero como ésta es una película, entonces el chico de buenas a primeras se mandaba unas figuras mejor que Ronaldinho en sus tiempos mozos.
En resumen, pasan esas y otras cosas similares, hasta que se le secan las hojitas, lo que significa que ya no está verde, y tiene que irse. Los tipos éstos, que son unos atropellados, le cuentan la historia a la agente de adopción que decidirá su destino, y asunto arreglado.
En fin, como argumento hay cosas peores, el problema es que la productora enredó la historia con otros elementos y personajes, dejando demasiadas incoherencias a la vista, y encima le dio una pátina innecesariamente empalagosa. Eso sí, el lugar es hermoso, uno de esos pueblos rodeados de árboles de Georgia y Carolina del Norte dignos de almanaque, y la casita de los aspirantes a padres tiene un parque ideal para que cualquier criatura pueda retozar a gusto. Dato extraño: algunos observadores dicen que es la misma casa donde se filmó «Halloween II» (a propósito, quizás hubiera sido bueno contar esto como historia de terror, tipo «La pata de mono», y no como la ñoñería que se nos ofrece).