Con un pie ajuera
Tarde o temprano, todos pensamos alguna vez en terminar ocupando las propiedades de nuestros familiares. Y no es que uno ande por ahí deseándole la muerte a alguien, pero es difícil no caer en repartijas mentales y calcular la cantidad de hermanos, tíos y sobrinos involucrados. Las elucubraciones que a mi me convierte en una porquería de persona, a María se le hacen realidad y la obligan a abandonar Barcelona para volver a la Argentina para convertirse en única heredera de una chacra perdida en un pueblo puntano. Y si con la chacra rasposa no le alcanzaba, tiene la fortuna de conquistar al patrón de una estancia vecina, el adinerado, citadino y buen mozo Arnaldo André. A medida que se va acomodando en su nueva propiedad, María se va transformando en una Inodora Pereyra dispuesta a montar una cooperativa rural destinada a explotar la promisoria industria del arrope.
La imprecisión a la hora de definir a los personajes y sus acciones convierte a la segunda película de Fernando Díaz en una suerte de híbrido entre el drama y la comedia. Como drama le falta fuerza y el intento por apropiarse de los tiempos lentos del campo se traduce en situaciones que no aportan nada, son largas y podrían haberse evitado. Para ser comedia, el timing de las escenas no la favorece y a esta Pereyra empresarial le falta el talento de Fontanarrosa a la hora de encontrar un remate.
Podría haber sido una buena parodia acerca de la mirada bucólica y pintoresquista de dos personajes de ciudad sobre la vida en el campo o bien podría haber sido un drama centrado en la necesidad y los modos de adaptarse al otro. Víctima de la vacilación, opta por chapotear como puede entre dos aguas.