Mira quien habla
Una grata sorpresa terminó siendo éste filme del que poco se sabía. Presentado como una comedia familiar, casi de formula, en el que los ingredientes con los que se lo construye podrían haber caído en una edulcorada y empalagosa historia sobre los mandatos familiares, el despertar del amor, la rebeldía adolescente, el luchar contra los obstáculos que va presentando la vida.
El comienzo ya predispone al espectador sobre cómo será tratado el tema, en el orden de la comedia, pero que al mismo tiempo incomoda, ya que esa escena en un desayuno cotidiano sirve de presentación de una familia de sordo mudos, plagada de ruidos exagerados, molestos.
Lo que todavía no sabemos es que uno de sus integrantes queda fuera de la calificación, y este es el punto subyacente que atraviesa todo el texto fílmico: el tema de la discriminación desde ambos lados, sin los trazos gruesos que van conformando el relato, pero dejando en claro que todo lo demás sirve de estructura sólida para instalar un discurso y otra mirada sobre lo ambiguo de la exclusión, incluido el alegato político si se le presta atención a los detalles.
Toda la familia Bélier, tiene problemas de sordera, excepto la joven Paula Belier (Louane Emera), de 14 años. Ella, la “normal” que termina siendo la traductora imprescindible para que toda su familia desarrolle una vida de carácter lo más estándar posible, incluyendo las tareas que la granja, propiedad de la familia, requiera.
Invariablemente, desde que tiene, digamos, uso de razón, ha sido el lazo entre los suyos y el resto de la sociedad, pero Paula es descubierta por su profesor de canto como poseedora de una voz excepcional, un don, un regalo del cielo, que podría subvertir todo aquello para lo que parece haber sido criada, a costa de sus responsabilidades familiares.
Si bien toda la realización es de agradable transito, lo que se destaca son los diálogos, en los que Thomasson (Eric Elmosnino), el profesor de música, fanático del cantante Michel Sardou, tiene las mejores líneas en cuanto a lo políticamente incorrecto y disparador de la mayor parte de las sonrisas.
Este que parece un dato menor, el de Michel Sardou, tiene implicancias interesantes, y como en cine nada es improvisado, debiera aclarar que es uno de los más exitosos cantantes franceses, pero que nunca trascendió de las fronteras de su país por ser relegado, casi proscrito, por la intelectualidad gala, de quienes malinterpretaron sus ideas.
En cuanto al rubro de las actuaciones, son superlativas. Rodolphe y Gigi Belier (Francoise Damiens y Karin Virad), padre y madre de Paula, respectivamente, hacen gala de un sinfín de recursos expresivos, no dicen una palabra, pero se les entiende todo, agregándole a este despliegue la capacidad histriónica; toda una revelación, de la joven salida del concurso de la TV francesa “La voz” en el año 2012, y teniendo en cuenta que Luca Gelberg, que interpreta a Quentin, el hermano de Paula, es el único actor en realidad sordomudo.
Esto determinaría como de vital importancia en esta producción, el trabajo de selección de actores, y por sobre todo la dirección actoral, responsabilidad del director del filme.
De estructura narrativa, desarrollo de los personajes, y uso de un montaje clásico más hollywoodense que europeo, con todos los rubros técnicos cuidados hasta el último detalle, entre los que se podría destacar un poco por encima del resto, y dentro de la dirección de arte, la escenografía y el vestuario, en tanto la música es casi como columna vertebral de la historia, y la fotografía acorde a lo que se intenta plasmar en la pantalla en el orden netamente de lo visual
Lo dicho, es cine francés, donde mayormente siempre hay algo más de tela para cortar en las comedias inteligentes como esta.