Deborah Davis y Tony McNamara supieron dotar de ironía una versión libre de hechos históricos a un relato que no creo que ningún otro director podría haber llevado a cabo sin la mirada de Yorgos Lanthimos –realizado griego, interesado en la psicología humana- y quien hace rato hace migas con actores de Hollywood.
La película se centra en la disputa de dos primas por ser “la favorita” de Ana de Gran Bretaña, la última soberana de la Casa de los Estuardo, y durante su reinado con treinta y siete (37) años, y entre 1707-1714. Un duelo interpretativo de tres generaciones diferentes, y retrato realista de la relación de dependencia emocional que la Reina padecía y cómo esa fragilidad mental ponían en peligro decisiones manipuladas por estas, sobre cuestiones como la guerra contra Francia o la subida de impuestos a los terratenientes; y con el consecuente enfado de la Corte y los políticos.
A saber. La reina, estuvo embarazada en 18 ocasiones, pero ninguno de sus hijos vivió más de 11 años. Sufrió varios abortos, algunos de sus bebés nacieron ya muertos. Esta tragedia difícilmente soportable para ningún ser humano alteró su salud mental, con problemas de bulimia, anorexia, sobrepeso y algunas crónicas de la época señalan que gota, debido a una dieta descontrolada con la que intentaba aplacar su desgarro interior. En su necesidad de amor, atención y compañía, la Reina, que subió al trono con 37 años, estableció una relación obsesiva con Sarah Churchill (Duquesa de Marlborough).
La naturaleza real de la relación entre Sarah y la reina Ana no está documentada históricamente -no se sabe con exactitud si llegó alguna vez al plano sexual- pero marcó sus vidas para siempre.
Un detalle histórico. La célebre canción “Mambrú se fue a la guerra” se refiere al esposo de la Duquesa de Marlborough, en una deformación de su apellido, el general que lideró la guerra contra los franceses.