Tres corazones
"De vez en cuando la vida nos besa en la boca" y en este caso es el cine como parte de nuestra vida cotidiana el que nos devuelve la esperanza de que no se ha perdido todo sin remedio.
El responsable de este suceso viene en formato de director de cine, tiene nombre y apellido: Yorgos Lanthimos, el mismo de “Colmillos” (2009), “Langosta” (2014) y “El sacrificio del ciervo sagrado” (2017).
En esta oportunidad parece haber dejado de lado sus intereses habituales, la radiografía de la humanidad, para centrarse sólo en el ejercicio del poder. Nada más lejano. A partir de una relación triádica se expande a todo lo humano, en tanto sujeto misántropo. Para ello utiliza todos los medios a su disposición para entregarnos una obra maestra en este caso, que no deja de sorprender en ningún momento y por distintos medios.
Está estructurada en capítulos nominales, cuyos títulos aparecen en los diálogos de los personajes, lo cual habla de un guión, el literario al menos, muy bien construido. No lo realiza como reaseguro sino como sátira al mal uso de esa posibilidad dentro del lenguaje cinematografío que realizan los directores técnicos, sobre todo los hollywoodenses.
No conforme con ello, cuando empieza a dejar de sorprender con la estructura narrativa, esto es la utilización de saltos temporales imprevistos realizados más como un juego humorístico, sorprende con la forma de mostrarlo. El uso de grandes angulares, lentes anamórficas que producen un extrañamiento en la imagen, desdibujan los contornos, los deforman. No es isomórfica ni isométrica, pues no mantiene la forma ni el tamaño original de las figuras en el espacio del plano. También recurre al fundido encadenado para dar cuenta de su discurso, la última escena es un prodigio en esta variable.
Cuando el uso del montaje, sea paralelo, alterno o clásico siempre está en función siempre del relato, no hay manipulación empática, sobre todo al hacer uso del mismo en relación al espacio físico donde transcurren las acciones, no lo necesita. Todo está encuadrado en una magnifica puesta en escena.
Sin contentarse con ello, y ya puesto en su propio universo estético, comienza a asombrar (y no lo dejará de hacer hasta el final del filme) con el diseño sonoro. No sólo ya en la banda de sonido en todas las funciones posibles de la misma, empática, climática, tonal, disonante, diegetica o extradiegética en sus dobles posibilidades, etc; sino en el manejo del sonido mismo, de manera narrativa, anticipatoria o reforzando la idea misma que se plasma en pantalla.
La historia en sí hasta puede parecer superflua, real, cierta, pero centrándose en lo menos importante del suceso verídico (la decadencia del reinado de Anna de Inglaterra en tiempos de la guerra con Francia) o sea, en la relación amorosa instalada entre la Reina Anna (Olivia Colman) y la persona de su mayor confianza Lady Sarah (Rachel Weisz). Entre ellas la relación es tan simbiótica que el límite de quien domina a quien es muy lábil. A ellas se les sumará Abigail (Emma Stone), una aristocrática caída en desgracia, prima de Sarah, que tratará de ganarse la confianza de la reina con el fin de desplazar a su prima. La pelea de estas dos mujeres, por el favoritismo de la reina, sería la columna vertebral del relato.
La acción transcurre en el palacio de la Reina Anne de Inglaterra a principios del siglo XVIII, tomando en paralelo los sucesos políticos de ese momento histórico, de alianzas y traiciones, lo ingenioso se advierte en la posibilidad que establece de traslación atemporal, la dimensión que adquiere a partir de una provocadora labor con los anacronismos, principalmente en las coreografías de las escenas de bailes, donde lo actual se hace presente sin mostrarse irritante sino satírico, de aquí y de allá.
Asimismo la banda sonora en donde podemos escuchar músicos clásicos como Vivaldi, Bach entre otros entrecruzados con Elton John sin que esto produzca extrañeza.
Si a todos los atributos nombrados les sumamos el de las actuaciones, todas superlativas, estamos hablando de algo realmente fuera de lo común. Las tres actrices principales trabajan sus personajes desde distinto modos. Si Olivia Colman nutre a su personaje desde lo caricaturesco, Rachel Weisz lo hace desde la más modernas de las heroínas trágicas griegas, mientras que Emma Stone le otorga a su personaje, lleno de cinismo, un tinte desde lo absurdo y en otros momentos cercano al clasicismo extremo. Lo interesante es que a las tres se les nota el placer del juego propuesto por el director.
Termina por ser una maravillosa alegoría de lo inmoral, tomada desde la corrupción que se manifiesta en el ejercicio del poder y el precio del deseo, la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo atravesado finalmente por la desesperada búsqueda de amor. Pero todo esto está destinado a atravesar el momento histórico e instalarse placenteramente como discurso en el presente
(*) Realizada por Benoit Jacquot, en 2014.