El responsable de "El Sacrificio del Ciervo Sagrado" nos mete en los intrincados juegos de poder en la corte de la reina Anne.
De a poquito, el griego Yorgos Lanthimos -y su particular estilo visual y narrativo- se fue convirtiendo en uno de esos realizadores de los que estamos bien pendientes cada vez que anuncia su nuevo proyecto. Después de sorprender con el humor de “La Langosta” (The Lobster, 2016) y el thriller terrorífico de “El Sacrificio del Ciervo Sagrado” (The Killing of a Sacred Deer, 2017), el director y guionista se mete de lleno en la carrera por los Oscar gracias a esta dramedia de época ambientada en el siglo XVIII.
Estamos en la Inglaterra de 1708, más precisamente en la corte de la reina Anne (Olivia Colman) que, acá, además de lidiar con su frágil estado de salud, debe afrontar el conflicto armado contra Francia. Seamos sinceros, a la señora no le gusta nada esto de sentarse en el trono y hacerse cargo de las responsabilidades, por eso dedica su tiempo a asuntos más frívolos -como cuidar a sus 17 conejos-, y deja todas estas cuestiones más serias en manos de Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz), su amiga, consejera, amante y confidente (entre muchas otras cosas).
La Duquesa de Marlborough, convertida en la única vocera de la monarca, hace su trabajo con eficiencia y un poquito en beneficio de sus propios intereses y los de su esposo, John Churchill (Mark Gatiss), al mando del ejército británico. Pero no todos están contentos al ver como Sarah controla a la regente, entre ellos Robert Harley (Nicholas Hoult), miembro del partido conservador y terrateniente, que no ve con buenos ojos los futuros planes para subir los impuestos a las tierras con el único fin de financiar la guerra.
Harley necesita su propia arma secreta, la cual llega al palacio en forma de sirvienta. Abigail Hill (Emma Stone) es una joven prima de Sarah, cuya familia cayó en desgracia debido a los problemas de juego de su padre. El hombre no sólo perdió la fortuna y el buen nombre familiar, sino a su propia hija en medio de una apuesta. Decidida a darle una manito a su parienta, la duquesa le consigue un lugar en las cocinas sin prever las ambiciones personales de esta jovencita dispuesta a todo para recuperar su alcurnia y estatus.
Tras probar la crudeza del trabajo más duro y humillante, Abigail ve la oportunidad de congraciarse con su prima y la propia reina. La jugada la acerca cada vez más al cariño de Anne, quien pronto la convierte en su nueva mascota. A medida que el afecto por Hill aumenta, Sarah ve cómo su posición de poder se ve amenazada, desatándose una lucha interna para convertirse en la verdadera favorita de su majestad.
Lanthimos y el guión de Deborah Davis y Tony McNamara crean una atmósfera tan absurda como maquiavélica. Un juego de poderes encabezado por tres mujeres -sus caprichos e intereses- que, en primera (y última) instancia, controlan el destino de una nación. Sí, son los hombres los que llenan las bancas del parlamento y planean las estrategias de guerra, pero ninguno puede mover un dedo si el humor de la reina y sus decisiones no los beneficia.
Siempre sí, su majestad
Hill se convierte en la espía de Harley, los miedos de Sarah por perder el favor de Anne la llevan a cometer varios errores y la reina juega su propio juego, sacando ventaja de todos los que bailan a su alrededor. “La Favorita” (The Favourite, 2018) no tiene tanto que ver con las maquinaciones políticas de la corte en el 1700, sino más con el empoderamiento femenino visto a través de la lente del siglo XXI.
El relato de Lanthimos está cargado de tensión y mucho humor negro. Drama, traiciones y rencores, pero también de sensibilidad a la hora de exponer (y reflexionar) las necesidades emocionales de las protagonistas. La impecable puesta en escena, los colores saturados y los ángulos de cámara extremos que propone el director de fotografía Robbie Ryan; el vestuario de Sandy Powell; y una cuidadísima banda sonora compuesta por piezas clásicas de Bach, Handel, Purcell, Schubert, Schumann y Vivaldi, mezcladas con otras del siglo XX conformando un menjunje barroco que taladra los oídos y suma teatralidad, conforman un todo que se retroalimenta constantemente resignificando cada uno de estos elementos.
Igual, y a pesar de que visualmente “La Favorita” es un festín para los sentidos, su alma reside en las actuaciones de Colman, Weisz y Stone, quienes se sacan (literalmente) los ojos ante las cámaras para nuestro divertimento. Aplauso cerrado para los actores secundarios, que nos demuestran que pueden ser tan histéricos y traicioneros… como se las suele tildar a las mujeres en la mayoría de estas historias.
La tercera en discordia
La película de Yorgos aspira a diez estatuillas doradas en la próxima entrega de los premios de la Academia. Las probabilidades no están a su favor y, seguramente, se vaya a casa sólo con algún galardón en categorías técnicas como consuelo. Aunque nadie le quita lo bailado. El realizador decide jugar con las reglas del Hollywood más clásico y sus relatos de época, pero inunda todo con su estilo particular -por momentos excéntrico, por momentos absurdo-, sin dejar de lado cada uno de los detalles y pormenores de este triángulo amoroso, ni los mordaces comentarios sociales. El griego viene demostrando que le sienta bien cualquier género y ya estamos ansiosos por ver lo que tenga para ofrecer en el futuro.