Las intrigas de palacio siempre han suscitado todo tipo de comentarios, leyendas o elucubraciones. Así desde Cleopatra y Marco Antonio pasando por Macbeth y sus derivaciones mafiosas hasta House of Cards (y en poco tiempo tendremos también la saga del “Clan Macri”). La notoria peculiaridad de La favorita es que las intrigas se urden alrededor de tres figuras femeninas, cuyas luchas por el poder al máximo nivel del trono de Inglaterra a principios del siglo XVIII pasan inevitablemente por el camino de las sábanas.
La favorita es una extraordinaria recreación de época sin caer en el cine de qualité; todo lo contrario: la acción transcurre casi íntegramente en el palacio, los pasillos y salas de la reina Ana, filmados por la ubicua cámara de Robbie Ryan con gran angular y ojo de pescado, y posee un toque de actualidad, un cierto anacronismo velado que aporta un grado de perplejidad, de sorpresa incluso. Sus protagonistas, personajes retratados con fidelidad histórica, poseen un cariz de modernidad, un desparpajo que torna más atractiva esta trama irreverente. Por supuesto, es la mano del griego Yorgos Lanthimos, quien siempre ha relatado conflictos sorprendentes, insólitos, provocativas, con un toque de humor absurdo y satírico. Sobre todo en la surreal Colmillos y la distópica Langosta, en menor medida en El sacrificio de un ciervo sagrado. Películas deudoras de Michael Haneke, por trabajar el tema de la maldad y la perversión con un sadismo ácido, y que no me despertaron el interés y entusiasmo que sí me genera La favorita. Lo cierto es que Lanthimos ha realizado un film excelente, tan irreverente como los anteriores, pero con una fibra humana de la que aquellos carecían, gracias al cambio de guionistas.
Los hechos son históricos: a inicios del siglo XVIII Ana –la última Estuardo- reinaba junto a lady Sarah Churchill, esposa del duque de Marlborough, quien lideraba la guerra contra Francia según los dictados de su mujer. Siendo una reina débil después de haber perdido todos sus 17 hijos, dejaba en manos de su entonces favorita todos los asuntos de Estado, quien dirimía tanto temas políticos como bélicos y económicos, manejando con delicadeza la tensión entre el partido tory y los whigs. Rachel Weisz, con su atractiva androginia, sale airosa de ese rol de tanto peso político como sexual.
Abigail, el tercer elemento del triángulo (Emma Stone), mujer de origen noble caída en desgracia, tiene la audacia, la inteligencia y el talento suficientes como para salir de los bajos fondos del palacio hasta llegar a la alcoba real, donde no tardará en reemplazar a su prima y mentora. Las escenas con Abigail son las más disfrutables, desarrollan de manera brillante el agudo uso del humor, que decrece a medida que esta adquiere poder, tornándose el clima más oscuro y siniestro. Más Lanthimos, en suma.
Con una banda sonora ecléctica, que va desde Purcell hasta Messiaen y una sonoridad metálica atemporal, esta farsa resulta tan ambigua como posmoderna.
A contramano de sus primeros films, en los que los actores recitaban sus líneas casi sin expresión facial, desapegados, con grado cero de actuación, las actrices y actores de La favorita despliegan una maravillosa amplitud de registros, sobre todo por la gran Olivia Colman en su rol de reina tan poderosa como vulnerable. Su performance en la decrepitud de la soberana es formidable, una decadencia pocas veces vista. Colman eleva el personaje de la reina a su dimensión trágica. También Lanthimos se aparta de su camino en el tratamiento de los personajes, cada uno desarrollado con comprensión, incluso con cierta ternura nunca antes expresada. Muy oportunamente -al aire de nuestra época- es la primera vez que el director indaga en la psicología femenina, aquí desarrollada en tres brillantes personajes, cada una con su peculiar personalidad, ya abiertamente combativa como Lady Sarah o diabólicamente especulativa como es Abigail. Tres psicologías de mujer en su relación con el poder: quien lo posee por derecho propio, o heredado, quien se ha hecho dueña de él, y quien lucha por obtenerlo. Cuando la tensión entre las tres decrece, también decae el film.
Cerrado, claustrofóbico, el mundo de Lanthimos una vez más parece ajeno al mundo que lo rodea y la condición de la mujer de la época, limitada a estos tres reales personajes.