UNA CANCHEREADA EN LA CORTE
El griego Yorgos Lanthimos es uno de los tantos nombres ilustres que han aparecido en el panorama del cine contemporáneo de las últimas décadas, agotados (parece) los nobles recursos del cine clásico para buena parte de la crítica y el público. Mucho de lo hecho por los hermanos Coen, el cine de Lars von Trier, Michael Haneke o Alejandro González Iñárritu son ejemplos de eso que Lanthimos cumple a la perfección como última incorporación al panteón de los cínicos (también podríamos incluir al Cuarón de Roma): una mirada distanciada y superior sobre personajes y situaciones, apuesta por lo feo sin remedio, criaturas abominables que no exhiben ni un grado de humanidad, un miserabilismo celebratorio y una pretensión estética que acaricia el academicismo como un regreso a la vieja etiqueta del “cine arte”. La favorita, por tanto, es otro ejemplo de ese cine, aunque construido con disimulo por un Lanthimos que pareciera querer divertirse sin lograrlo, entre otras apuestas que terminan abrumando.
La favorita es una historia sobre el poder, tanto político como sexual, que en ocasiones -dice la película- son la misma cosa: el objeto deseado, en definitiva, es el cuerpo. Y que el cuerpo sea femenino y el poder se dispute entre tres mujeres tampoco es ingenuo, menos en tiempos históricos de debates de género (lo fálico está, como todo, remarcado). En ese sentido, Lanthimos no se priva de nada, y en el estético, tampoco. La favorita es una suerte de bazar abigarrado de objetos que la dirección de arte pone en primer plano, como a los múltiples vómitos que las protagonistas sufren por tal o cual motivo (agradezcamos que el cine con olor no prosperó, porque esta película tendría un olor a podrido insoportable). La favorita es una casa de muñecas barroca registrada con grandes angulares y ojos de pez, que parecen querer decir algo, pero lo hacen con tanta reiteración que terminan perdiendo ante la prepotencia de la obviedad: como el último y sostenido plano, al que le sobran varios segundos. En todo caso el problema no es el miriñaque, el peinado y la ambientación, porque tal vez el único gesto positivo de Lanthimos sea el de querer divertirse y romper con ciertos esquemas del cine qualité: hay algo pretendidamente moderno en la operación, que en ocasiones se pasa a la canchereada. Y ahí es donde falla (es como una de Sofia Coppola con chistes verdes). El problema es que Lanthimos no es -a su pesar- alguien sutil y lo que tiene para decir es apenas una provocación banal que termina por reforzar nada más que el gesto, la apariencia. La favorita, en resumen, se deshace en la superficie. Debajo de eso, no hay nada.
En esta vorágine estética que propone el director griego hay ecos del Kubrick de Barry Lyndon, personajes salidos de La malvada, diálogos filosos como en una comedia de los 30’s y un universo que parece el de Relaciones peligrosas pero pasado de rosca. No hay que negarle a Lanthimos cierto talento para hacer de algo que parece un museo una película que llama la atención del público actual, aunque lo haga a los gritos y de manera desesperada, como la destacada sobreactuación de Olivia Colman. Pero así como la dirección de arte, los guiños y las referencias se acumulan sin mayor cohesión. Y la película avanza (o eso simula, porque en verdad es puro tiempo muerto disfrazado) entre ideas ruidosas y miserias varias. Lo único que le da un poco de vida es el personaje de Emma Stone, que al menos tiene un arco dramático distinguible y a su alrededor se van moviendo el resto de las piezas. Por lo demás, uno puede salvar La favorita un poco porque entiende que Lanthimos busca divertirse en tono farsesco, aunque su sentido del humor sea una verdadera incógnita, como la aceptación crítica de esta mediocridad refinada.