Lentes impotentes
Después de varios años de cine, hay dos cosas que nunca faltan en los films de Lanthimos: los grandes angulares y las obviedades.
Debemos llegar a tal conclusión amén de la exitosa reproducción de vestuarios y decorados, de la prestancia con que los incisivos lentes captan las imágenes iluminadas por tenues velas y de la preponderancia de las interpretaciones del trío protagónico femenino (reina, cortesana y criada). Más allá de todo esto -que, la verdad, es bastante poco- encontramos una comedia basada en golpes de efecto, diálogos irreverentes -obra de la poco flexible Stone- y las grotescas pantomimas de Olivia Colman.
Lo burdo de las obviedades de Lanthimos llega a un nuevo cenit. Sus predecesoras actuales (hablamos de The Lobster y El sacrificio del ciervo sagrado) lograban un interés global a partir de un precepto particular (de raíz fantástica en la primera, orientada a un dilema teológico/moral en la segunda) que unía la totalidad en cada caso, proporcionando entereza.
Lo desarticulado, lo local, es la norma en La favorita. El juego de rivalidades entre Stone y Weisz conforma lo mejor del film, aunque su despliegue recae más en una pobre reinterpretación de Choderlos de Laclos que una visión particular de mundo. La técnica es tomada exclusivamente de Kubrick; el argumento, de de Laclos.
Al comienzo hablamos de angulares y obviedades. Desarrollemos esto último. El personaje de Hoult (cortesano, rival político de Weisz) se mete en la lucha de poder de las protagonistas como un tercero en discordia. La virilidad, la dominación y el poder de decisión e influencia son elementos centrales en el relato. La estrategia de Lanthimos queda ilustrada de este modo: 1) Hoult frota masturbatoriamente su cetro fálico mientras escucha a la oposición en el congreso. 2) El primer ministro, flácido en su poder de decisión (contrapunto claro al binomio Stone/Weisz), tiene como mascota un alegórico ganso, el cual apoya en su regazo y acaricia suavemente. 3) Weisz y Stone practican tiro mientras sostienen sus largos rifles a la altura de la cadera y en posición erecta. Con este último ejemplo añadimos una rápida lectura de resúmenes freudianos a una igual de rápida puesta en escena de Kubrick y de Laclos.
Resultado: un flácido menjunje.