Las marcas de un autor son fáciles de reconocer cuando se reiteran ciertos factores: universos, tipos de personaje, inquietudes, y en particular que sea este quien haya firmado el guion. No obstante, cuando dicho autor decide dar un giro en cómo procede en estos aspectos y todavía se reconoce su impronta, podemos decir que la marca autoral es absoluta. Eso fue lo que ocurrió con Yorgos Lanthimos y su nuevo título, La Favorita.
De Nuevos y Viejos Titiriteros
Siglo XVIII. Inglaterra está en guerra con Francia y la Reina Anne padece una severa enfermedad mental. Lady Marlborough, la acompañante de la reina, aprovecha esta situación en su beneficio para virtualmente gobernar en su lugar, una cuestión que a la corte no le hace mucha gracia. Todo esto cambiará cuando entre en la escena Abigail, prima lejana de esta última, una joven deseosa de recuperar el elevado estatus social que perdió. No tardará en competir con Lady Marlborough por ser la acompañante de la Reina.
La Favorita tiene un guion prolijo, con una estructura que oscila entre lo teatral y lo literario. Una propuesta donde el humor negro dice presente, pero sabiendo cuándo es conveniente el decoro acorde con la época y cuándo el exceso es lo que mejor sirve para calar más hondo. Es este balance el que le sacará no pocas risas al espectador. La narración no tiene ningún tipo de prurito en reducir a las protagonistas a las peores humillaciones imaginables, y hacerles incurrir en las peores bajezas morales. Todo en nombre de una cuota de poder.
Es particularmente notorio cómo siendo una película de época en un universo marcadamente femenino, y de la cual no ha firmado el guion, Lanthimos consigue abarcar todas sus inquietudes observadas en títulos anteriores: el onanismo, el chantaje, el humor negro, y que todas tengan total sentido y sean naturales al contexto donde se está narrando.
En materia visual tenemos, como es esperable, una rica escenografía y vestuario con una fuerte presencia de tonos oscuros. Sin embargo, el apartado a destacar es la fotografía, con su marcada predominancia de grandes angulares, alcanzando no pocas veces la utilización del ojo de pez. Este uso de la perspectiva recuerda mucho al estilo del pintor Jan Van Eyck en particular.
En materia actoral, Rachel Weiszprovee una competente actuación como la corrosiva acompañante de la Reina. Emma Stone nos muestra una faceta radicalmente distinta de la “chica de al lado” en la que ha basado su carrera, se prueba hábil en la evolución de la actitud de un personaje que va desde lo inocuo a adoptar procederes que igualan o superan a los de su rival. Pero quien consigue destacar es Olivia Colman, en su interpretación de la Reina Ana oscila con total naturalidad entre la niña perdida y la segura mujer de estado.