Las balas y el viento
Para aventurar una hipótesis que conecte a la historia de la violencia política argentina de los ’70 con el actual brote de la derecha neonazi en la ciudad balnearia de Mar del Plata se debe tener un sustento periodístico e histórico importante, más allá de reunir testimonios de víctimas, victimarios y personas relacionadas con hechos de sangre e impunidad.
El documental de Valentín Javier Diment (El Eslabón podrido) cuenta con todos esos elementos para trazar conexiones entre el pasado político con el presente, el enfrentamiento de dos modelos ideológicos antagónicos y una historia con un trasfondo atroz, que conecta de inmediato con rasgos humanos y las peores miserias de los hombres.
En ese intento de reflexión sobre un debate aún no saldado por la sociedad argentina intenta acomodarse una película sin concesiones y sin la jactancia de tener la verdad y la potestad sobre la memoria histórica.
Material de archivo, ciertas escenas de dramatización con efectos visuales o de sonido presentes marcan un viaje hacia el pasado y al recuento de cadáveres, producto de la brutal represión parapolicial, o la lucha armada mal relativizada desde la Teoría de los dos demonios, y que la justicia argentina de los últimos años enroló en la figura de crímenes de lesa humanidad, polémica para muchos sectores, juristas, por no medir con la misma vara a quienes respondieron con violencia similar desde consignas políticas y arengas tales como la del cinco por uno.
Sin embargo, más allá de los valores como reflejo del pasado político y de la importante participación en actos de violencia y crímenes de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) a principios de los ’70 con el asesinato de una universitaria, estudiante de arquitectura, hecho que luego desató una espiral de violencia y muertes, la importancia del presente trae la existencia de caldos de cultivo amparados en la xenofobia, el nacionalismo a ultranza y en la impunidad de clase.
Mar del Plata, lugar de veraneo que vivió la transformación social al incorporar sectores sociales diferentes y contrapuestos a los intereses de la clase fundante, se erige como un monumento y símbolo de la contradicción, la hipocresía y quizás el futuro que ya no tiene chance de modificarse, como tampoco la desigualdad que opera desde el centro a la periferia mientras las balas y el viento siguen crepitando al compás de una canción pasatista.