La película muestra como máxima debilidad la necesidad de apoyarse en ciertos clichés perezosos y falsa poesía.
Lo mejor de esta película es Geraldine Chaplin, actriz que tiene la capacidad de hacernos creer cualquier cosa (lo que implica, en otras palabras, que es una actriz perfecta).
Aquí es otra actriz (imperfecta) que decide tomar el guión inacabado de un amigo y filmarlo en una locación caribeña. Donde, juego de idas y vueltas, realidad y ficción se cruzan, los secretos familiares, también, y la imaginación del personaje invade todo para que película en la película y fuera de ella se vuelvan una sola cosa.
Suena complicado, pero no lo es: en ese sentido la película incluso muestra como máxima debilidad la necesidad de apoyarse en ciertos clichés perezosos y falsa poesía. Pero la Chaplin logra disolver el efecto molesto de tales elecciones y queremos ver qué sucede con su personaje, con sus historias y con sus fantasías.
Cine al servicio de la interpretación, y no está mal.