Vampirización
La terminación o al menos el intento de culminar con un guión de una película inconclusa es el pretexto que utilizaron desde la historia de Vera (Geraldine Chaplin) la pareja de realizadores Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas para rendir homenaje a la figura de un cineasta dominicano llamado Jean-Louis Jorge, conocido en el ámbito festivalero o circuitos under como uno de los exponentes del cine camp, con películas de bajo presupuesto y estética kitsch que tuvieron su época de auge en los 70. La idea básica de este opus se remonta a otra más utilitaria en el cine, la de aprovechar al máximo los vaivenes de un rodaje sumamente caótico y hasta surreal para jugar los límtes de la representación.
En ese sentido es Vera quien lleva adelante tamaña aventura y para ello se hospeda en un resort de lujo donde comienzan a mezclarse percepciones, fragmentos de películas del propio Jorge y un sinfín de imágenes que van del surrealismo salvaje a los colores ardientes para introducir el tópico del vampirismo tanto en un personaje (Udo Kier) que hace las veces de actor, coreógrafo y además emblema viviente de un cine ya extinto. Lo mismo ocurre con Chaplin -también a las órdenes de los realizadores en el film Dólares de arena- quien no sólo carga consigo la cruz de un apellido mundialmente reconocido sino que también mantiene su capacidad de recrearse y reinventarse en cuanto personaje acepte.
Más allá del relato lineal puede pensarse en la idea de lo vampírico en función del cine, desde el punto de vista de la demanda constante de energía y sangre de sus hacedores y actores. Una insaciable bestia que siempre exige el cuerpo, la mente y el alma pero que como demuestran sus víctimas predilectas vale la pena resignarse por el solo hecho de crear imágenes eternas o eternizar historias cada vez que una pantalla reúne personas para compartir sueños o pesadillas. Y ahí la fiera que se alimenta de nuestros propios deseos y excesos siempre vivirá de fiesta.