Pensada como homenaje a la secreta figura del dominicano Jean-Louis Jorge, La fiera y la fiesta se construye como un extraño rompecabezas en la frontera entre la melancolía y el absurdo. Todo comienza con la llegada de Vera (Geraldine Chaplin) al Caribe para dirigir una película que su amigo Jean-Louis había dejado inconclusa. El recuerdo de su muerte temprana, la presencia de sus fotografías y los retazos de sus emblemáticas películas se amalgaman con una ficción que combina el baile y los vampiros en una oda a la pérdida, en un intento de revivir el legado de un artista maldito.
La dependencia de la figura de Jean-Louis Jorge es un arma de doble filo para la película. El intento de narrar una historia -la de Vera filmando, coqueteando con los jóvenes bailarines, fumando como Garbo congelada en el celuloide- se disgrega cuando el fantasma de Jorge le arrebata el protagonismo. Pero Laura Guzmán, sobrina del homenajeado y codirectora junto al mexicano Israel Cárdenas, contagian de un espíritu camp y psicodélico a su historia, suman al crítico y realizador Luis Ospina -uno de los grandes defensores de la obra de Jorge- a la trama, y enlazan la nostalgia con una feroz sensualidad.
Chaplin esgrime esa exacta combinación de fortaleza y vulnerabilidad que es tanto síntesis de la figura del mítico Jean-Louis Jorge como epítome de su presencia como estrella.