Divertida, delirante, incorrecta
Estos dibujitos animados, lindos como los de Pixar, se drogan, se emborrachan, se tocan, se franelean, se enfiestan, se insultan, se matan, se mienten.
Hay un montón de personajes simpáticos en La fiesta de las salchichas, pero estos dibujitos animados, lindos como los de Pixar, se drogan, se emborrachan, se tocan, se franelean, se enfiestan, se insultan, se matan, se mienten.
Es tanto prohibida para menores de 13 (y quizás se quedaron cortos) como para espectadores demasiado estructurados, porque resulta divertida y al mismo tiempo atrevida: se toma en joda la religión –y de paso se burla con efectividad de varias religiones– con su planteo existencial de esos alimentos del supermercado que creen en el Más Allá al que los llevan los humanos/dioses.
No saben que al salir por las puertas del súper el mundo no será como les contaron (con una optimista canción que todos interpretan felices) sino el mismísimo infierno en que serán devorados, usados o maltratados.
La salchicha Frank es el héroe de esta historia, con un grupo de improbables alimentos que desafían todo lo conocido frente a peligros externos e internos (la propia conciencia también juega), por amor o por el solo hecho de conocer una verdad.
La acción de La fiesta de las salchichas está muy bien dosificada a lo largo de sus 90 minutos; la animación es perfecta, en sintonía con lo mejor del mercado; los personajes son queribles a pesar de lo incómodos que puedan resultar algunas veces; el guion es original, bien provisto de gags efectivos que una vez que entramos en el mecanismo de su humor pueden predecirse un poco.
Los dibujos hacen gala de un humor que sería mucho más difícil de imaginar con actores de carne y hueso. Y detrás de ellos se percibe la mano de Seth Rogen (el del guion y de la idea), un comediante que siempre juega un rol incorrecto aunque socialmente aceptable.