Dibujitos, pero con lenguaje sucio.
La gacetilla de prensa insiste en que La fiesta de las salchichas es la primera película de animación calificada “R” (simplificando, “para adultos”). Un disparate, desde luego, que pretende olvidar la extensa tradición de “dibujitos para grandes” desarrollada en todas aquellas cinematografías con producción animada de cierta relevancia. “Toy Story con puteadas” hubiera sido una definición más acertada e incluso ganchera. Porque algo de eso hay (nuevamente, simplificando) en esta producción de Seth Rogen y amiguitos que reemplaza juguetes por alimentos y el desorden en el cuarto del niño Andy Davis por los ordenados pasillos de un supermercado. Aunque aquí los únicos enemigos de los protagonistas son los seres humanos de cualquier raza, sexo y edad, siempre dispuestos a devorarlos, a toda hora y en cualquier lugar. El guión escrito a ocho manos ubica a sus particulares héroes en diversos estantes y bateas, ignorantes del funesto destino que les espera, fervientes devotos de una religión que anticipa el paraíso eterno una vez que atraviesen las puertas de salida automáticas y se encuentren con su propio y personal Dios.
Puteadas hay muchas. A tal punto que la acumulación de “fucks” merece competir con aquel mitológico capítulo de South Park que hacía del conteo de la palabra con F una abstracción surrealista. Además de un tono explícito, podría decirse “chancho”, que transforma a las salchichas en erecciones perennes a la espera de sus panes de pancho. Y también algo de violencia alimenticia (una de las mejores escenas del film es el compilado de muertes de distintas carnes, frutas y verduras, triturados entre los dientes de sus consumidores). Y poco más que eso. El film de Greg Tiernan (director de incontables capítulos de la serie infanto–ferroviaria Thomas & sus amigos) y Conrad Vernon (co–realizador de Shrek 2 y Madagascar 3) descongela y refrita decenas de tópicos del cine de animación mainstream reciente, en particular los de la productora Pixar –el descubrimiento de una realidad más allá del pequeño universo al cual los personajes están confinados, las persecuciones y escenas de acción, la posibilidad de ser mejores criaturas–, y los recubre con una capa de chascarrillos guarros y varias referencias al consumo de psicotrópicos. Sumar a la ecuación alguna que otra referencia al mundo real, como ese bagel y su vecino el lavash que parecen repetir en las góndolas el conflicto de las tierras de Israel/Palestina.
Más allá del divertido trabajo de voces con un reparto de figuras de primera línea –el propio Rogen en la piel de la salchicha protagonista, Kristen Wiig como su ansiada y panificada compañera, Salma Hayek como un taco lésbico y siguen las firmas– el contratiempo central de La fiesta de las salchichas es su verdadera falta de irreverencia más allá de una agitada superficie, elemento que no hubiera sido del todo problemático de no estar poblada por ciertas pretensiones pseudo filosóficas. No hay nada auténticamente polémico y mucho menos revulsivo en sus imágenes y palabras, aunque, como suele ocurrir en las comedias que disparan gags a velocidad de metralla, varios de ellos dan en el blanco. El gato Fritz se hubiera reído un rato.