Anoche llegó un mail delirante de United International Pictures, la distribuidora encargada del estreno de La fiesta de las salchichas, en el que informaban que el INCAA había calificado la película como Solo apta para mayores de 13 años con reservas y que a pesar de que solicitaron que se le subiera la calificación a SAM 16 o SAM 18, la restricción quedó así. Si, entendieron bien: la distribuidora, al revés de lo que ocurre siempre, quería subir la calificación, no bajarla.
El motivo es obvio, aunque resulta un poco raro que lo hayan desnudado con tanto candor en ese mail a los medios: el gancho de La fiesta de las salchichas es el humor subido de tono, la idea de película de animación para adultos, como si fuera una de Pixar con guión de Hugo Sofovich. Pero los encargados de calificarla ignoraron el plan de marketing y evaluaron la película en sí. Terminaron ejerciendo de críticos involuntarios: el humor sexual ramplón ya no escandaliza a nadie.
Cuando se estrenó Intensa-Mente, se viralizó un chiste muy inteligente en Twitter. Decía:
Pixar, 1995: ¿Y si los juguetes tuvieran sentimientos?
Pixar, 2001: ¿Y si los monstruos tuvieran sentimientos?
Pixar, 2008: ¿Y si los robots tuvieran sentimientos?
Pixar, 2015: ¿Y SI LOS SENTIMIENTOS TUVIERAN SENTIMIENTOS?
En ese chiste se resume el truco de Pixar (en realidad es más largo e incluye todas las películas, no solo esas cuatro) y sobre todo la voltereta insoportable de Intensa-Mente. El objetivo de Seth Rogen y Evan Goldberg -productores y guionistas de La fiesta de las salchichas- es burlarse de Pixar, pero lo que terminan haciendo es copiar la fórmula, ponerle sexo y esperar a que el cóctel funcione por sí solo. Lo que pasa acá es: ¿y si los productos de supermercado tuvieran sentimientos? ¿y si fueran todos pajeros que lo único que quieren es coger?
El protagonista es Frank (voz del propio Rogen), una salchicha enamorada de Brenda (Kristen Wiig), un pan de pancho. Frank y Brenda se hablan de paquete a paquete en una góndola de supermercado y esperan que algún cliente se los lleve para que los saque de sus respectivos paquetes, puedan consumar su amor y viajar al “más allá”, un lugar desconocido y utópico al que todos creen que irán cuando sean adquiridos por los clientes.
Lo que nadie sabe es que en realidad ese “más allá” es una mentira, y que apenas salgan de la góndola serán hervidos, pelados, cocinados y devorados por los humanos. Luego de que Barry (Michael Cera), una salchicha enana que sobrevive a la olla hirviendo de un cliente y vuelve al supermercado, les revela que no hay un “más allá”, organizan una rebelión.
Si bien las películas de Rogen y Goldberg no pasan del divertimento entre amigos, la presencia de esos amigos en la pantalla las hacen al menos atractivas. Los cameos, los chistes internos y la cosa delirante las sostiene. Pero en La fiesta de las salchichas la premisa es demasiado rígida, y si bien el delirio por momentos alcanza un nivel entretenido (el chiste del chicle es extraordinario), no deja de ser más una parodia floja de Pixar que una comedia de Rogen y Goldberg.
No es casual que recién en el final, cuando la película se despoja de la mochila de la historia, pueda tirar unos chistes “meta”. No es casual, tampoco, que sean lo mejor de la película.