DEMASIADA EXCITACION
Al efecto guarro de La fiesta de las salchichas le pasa más o menos lo mismo que a Michael Bay con el CGI o a La pasión de Cristo con los latigazos: termina siendo tan repetitivo y monótono el recurso, que se atraganta hasta anestesiar el efecto. No está para nada mal la jugada de Seth Rogen, Evan Goldberg y la banda habitual (sí, los directores son Greg Tiernan y Conrad Vernon, pero sólo prestan el conocimiento en la animación y el vértigo narrativo) en recuperar para el mainstream norteamericano la idea de la animación para adultos, e incluso ser autoconscientes respecto de su condición de producto de mercado: de hecho, el centro del conflicto tiene que ver con los consumidores ya que los protagonistas son alimentos y objetos, que no casualmente habitan un supermercado y desean ser elegidos por los humanos, vistos como dioses que trasladan hasta un paraíso puertas afuera. Como suele ocurrir con buena parte de esta generación de comediantes (podemos incluir a Jonah Hill, Paul Rudd, Kristin Wiig, James Franco, Michael Cera y tantos otros que brindan sus voces en el film) la forma de rebelarse contra determinado estado de las cosas es un refugio en el hedonismo, y la lucha es entonces por hallar los límites de una convivencia pacífica.
El arco dramático más que interesante que atraviesan los personajes tiene que ver con el descubrimiento de que no existe tal paraíso, y ante la negación de Dios y la ausencia de un objetivo lo que queda es entregarse a ese hedonismo tan preciado. Que aquí se entiende, hacia el desenlace, como una osada orgía gastronómica en la que participan salchichas, tacos, panes, salsas, bebidas y todo lo que se imagine que habita un supermercado. Pero el problema de La fiesta de las salchichas no es tanto aquello que quiere decir, y que finalmente dice con un espíritu libertario bastante infrecuente para Hollywood, sino el camino que se debe atravesar para llegar hasta ahí. Es como si Rogen y Goldberg (los guionistas y habituales compinches) tuvieran claros los motivos que los llevó a construir este peculiar artefacto audiovisual, pero no pudieran pasar del chiste originario: una salchicha y un pan de panchos quieren coger.
La fiesta de las salchichas confunde reflexión con amontonamiento de ideas. Y si no ideas, al menos referencias que supongan una mirada a otro nivel: entonces aparecen un bagle y un lavash que remedan el conflicto entre judíos y musulmanes, pero la mirada es tan básica y superficial que el chiste se repite hasta perder efecto. Lo mismo ocurre con todo lo demás, incluso con la idea de película animada guarra; de hecho muchas veces ni siquiera hay un chiste, lo que hay son objetos puteando. Da la impresión de que por momentos Rogen y Goldberg se engolosinaron con las posibilidades que brinda la animación, con esa libertad infinita en las formas, y como adolescentes sin control de hormonas sexualizaron en extremo el asunto hasta volverlo ordinario y con escaso timing cómico. Porque lo que más preocupa en definitiva son los escasos momentos graciosos que la película logra construir.
No deja de ser curioso el fracaso artístico de La fiesta de las salchichas puesto que Rogen y Goldberg crearon hace unos años Este es el fin, una comedia realmente osada, sexual y de timing perfecto donde se aprovechaban desde la auto-referencia los límites de lo permitido por Hollywood para hacerlos volar por los aires (cuando lo que se debe exponer es el propio físico y no los pixeles de un dibujo animado se piensa más y se construye mejor: incluso, aparece el componente humano, que aquí brilla por su ausencia). Aquella película que jugaba con la idea de un fin del mundo y la llevaba al fondo, es el reverso perfecto de este film animado que aún jugando dentro de la misma liga se queda a mitad de camino porque se piensa primero como osadía y luego como reflexión. Lo que les termina pesando a los guionistas es precisamente esa libertad tan ansiada: cuando no hay una barrera que derribar, lo que queda en evidencia es la futilidad o no del objeto en cuestión. Y este -lamentablemente- es el caso.