Salchichas enamoradas
¿En qué momento un chiste, una broma entre amigos, llegó a convertirse en una serie de películas que hablan todas sobre lo mismo? ¿Cómo la amistad entre un grupo de actores y productores de Hollywood terminó generando las más irreverentes comedias y films de los últimos años?
La nueva comedia americana buceó en lo más patético y looser de su idiosincrasia para generar historias que generaran empatía, pero también explotó su costado más cínico y crudo al trabajar con estereotipos derivados del consumo de drogas y la exaltación del sexo. Ese grupo, encabezado por el actor Seth Rogen, pero que incluye a intérpretes como Jonah Hill, James Franco y Michael Cera, suman a Kristen Wiig, Edward Norton, y Salma Hayek para generar una de las películas más corrosivas de los últimos tiempos: La fiesta de las salchichas (Sausage Party, 2016).
El film, un indescriptible relato para adultos enmarcado en un inmenso supermercado, trabaja con un verosímil lábil que se desprende de la entidad de cada uno de los protagonistas, artículos de consumo que pueden, al igual que pasaba en Toy Story (1996), dialogar entre ellos y, en esta oportunidad, sentir algo “más”.
El relato, trabajado desde una animación que no se destaca, adrede, por su virtuosismo, comienza cuando unas salchichas desean a toda costa emparejarse con panes de Viena. Con la idea que la salida del mercado los lleve al “más allá”, su lugar anhelado y soñado, esperan que los consumidores, dioses para ellos, los retiren de las góndolas. Los días en el mercado pasan de manera apacible, cada sector posee sus características étnicas y cada uno sabe qué hacer y qué no con el vecino, pero cuando inevitablemente una “ducha vaginal” es olvidada por una posible compradora, y un accidente con un carro de compras hace que los productos, y particularmente las salchichas y los panes, pierdan contacto entre sí, todo direcciona la trama a una búsqueda épica para que uno de los embutidos pueda de alguna manera “debutar” con el pan que deseaba.
En La fiesta de las salchichas no hay término medio, es todo sexo, escatología, drogas, alcohol, una fiesta en la que el alimento pasa a ser el protagonista de un relato que pretende tener un sentido mayor que el que presenta. El problema radica en que a los quince minutos, el guion y los directores deciden poner toda la carne al asador, la artillería de bromas escatológiocas y sexuales (no hay doble sentido aquí) pasa luego a una progresión lógica mucho más espaciada en la que el encuentro entre la salchicha y el pan debe aparecer.
La fiesta de las salchichas es un film irreverente, transgresor, que seguramente encontrará un público afín, el mismo que ha apoyado series como Family Guy, films como Ted (2012), o productos en los que nada es predecible, mucho menos la sorpresa y el resultado efectista que se cree que los realizadores buscan con la narración.