Las fiestas silenciosas tienen su propia historia. Nacieron informalmente en los años 80 y ya en los 90 se pusieron de moda, impulsadas por ecoactivistas enfocados en minimizar la contaminación acústica de la música bailable.
Laura ( Jazmín Stuart ) se encuentra con una de esas particulares fiestas casi de casualidad y sin sospechar el explosivo desenlace de ese hallazgo fortuito. Llega a la estancia de su padre para celebrar su casamiento y de pronto queda envuelta en una pesadilla, narrada en tono de intenso thriller que mantiene la tensión en todo su recorrido en base a un trabajo de puesta en escena que aprovecha muy bien algunos recursos del cine de terror de bajo presupuesto.
Aun cuando se notan trazos gruesos en el guion, la inventiva que revelan muchas de las escenas equilibra esas falencias. Más que aquello que se cuenta -la crónica de una violación y una sangrienta venganza posterior-, lo que funciona muy bien aquí es el cómo. No hay muchos datos sobre los personajes, salvo un par de pinceladas iniciales, que permitan prever sus extemporáneas reacciones. Ni tampoco las de un grupo de jóvenes victimarios transformados en presas de caza de una familia furiosa. Algunos flashbacks que vuelven sobre los sucesos que disparan esa cacería subrayan lo que cualquier espectador atento puede imaginar y morigeran un misterio que cuadraba muy bien en la trama.